Jorge Coira (Rábade, 1971) sabía desde pequeño dónde estaba su lugar: tras las cámaras. Allí gestó sus primeros filmes de instituto junto a Luis Tosar, y allí ha dado a vida a Hierro, la serie de Movistar+ escrita por su hermano [Pepe Coira]. El proyecto, que define como el más importante de su carrera, prepara ahora su segunda temporada. Entremedias, el director ha sacado tiempo para impartir un curso„ As partes dun todo„ el 28 y 29 de septiembre y el 5 y 6 de octubre en el Ágora, donde tratará de impulsar la comprensión entre directores, actores y guionistas.

¿Falta trabajar la empatía en el mundo del rodaje?

Sí, hay una necesidad absoluta de conectar terrenos. Por ejemplo, en la dirección de actores. Hay muchos directores que no son mínimamente conscientes de cuáles pueden ser las necesidades de los intérpretes, porque como director estás en tu propio mundo.

Habla de la incomprensión de los actores. ¿El director no se siente incomprendido?

Yo creo que no debe haber ni un solo director en el mundo que no tenga la sensación de estar incomprendido en algún momento [se ríe]. Es algo universal. Ocurre porque eres el único que sabe todo lo que te está pasando por la cabeza y todo con lo que tienes que lidiar. Y puede ser que haya muy buena comunicación, pero, si estás inseguro, es muy fácil que no seas capaz de transmitir qué es lo que necesitas, y eso genera una sensación de incomprensión.

Del cine ha dicho que puede llegar a ser destructivo. ¿Le tiembla la pasión alguna vez?

Ostras, sí. Aunque creo que nunca de una forma preocupante. Nunca tuve una crisis larga de dudar sobre si esto es lo que me apetecía hacer, pero puntuales sí. De hecho, hablaba hace poco con una amiga sobre eso. Ella citaba a Fernando Trueba, que decía que, en todas las películas, había un momento en el que llegaba a la conclusión de que no valía para este trabajo. Y a mí me pasa siempre [se ríe]. En todos los trabajos, siempre hay un momento en el que pienso que no valgo para esto.

Con El año de la garrapata se planteó dejarlo...

Nunca me planteé dejarlo, pero sí es verdad que ese fue un rodaje más complicado de lo que me imaginaba. La primera semana para mí fue muy dura. Yo creo que me pudo mucho esa presión del primer largometraje, recuerdo que estaba muy poco suelto.

¿El mundo es paciente con los directores en ese sentido?

No, todo va demasiado rápido. Yo siempre eché mucho de menos esa cultura que existía hace décadas, en la que los directores se iban formando poco a poco. Pero hoy parece que la primera película que hagas tiene que ser espectacular y, si no, enseguida estás fuera. Yo tengo la sensación de que solo desde hace unos pocos años tengo la madurez suficiente como para empezar a hacer cosas realmente buenas. Se necesitan años para madurar.

¿La cámara ayuda en ese proceso, enseña lecciones de vida?

Sí. El cine es un arma muy poderosa para conocer el alma humana. Por eso cada vez que oigo algún discurso fascista, no puedo evitar pensar: "Viste muy pocas películas". El cine te acerca a otras vidas, te abre el mundo...

Usted comenzó a probarlo muy joven, y no junto a cualquiera. Le acompañaba Luis Tosar.

Sí, era muy divertido. Realmente ya en el colegio había empezado a decir que quería ser director, pero no llegué a hacer nada porque mi única posibilidad de acceder a una cámara era la Super 8 de mi padre, que tenía una película carísima. En el instituto, mi hermano Pepe compró una de VHS, hice un corto, y enseguida Luis quiso hacerlo conmigo. Hacíamos el guion y la producción juntos, y luego él era el protagonista y yo dirigía.

¿No se les apagaban las ganas, ante la poca industria que había entonces en Galicia?

Sí. Recuerdo en los 90 esa sensación de querer ser director de cine y vivir en Galicia. Y, cuando lo pensaba, me daba cuenta de que no existía ni un solo referente. Me preguntaba: "¿A dónde voy yo, pensando que lo voy a conseguir si nadie lo hace?". Pero cambió el mundo, y ahora hay una capacidad para hacer cosas importante.

Usted se embarcó en proyectos como El Comisario, Sé quién eres, Luci... ¿En cuál ha encontrado su mirada como director?

En Hierro, sin duda. Series de televisión llevo bastantes, e hice algunas que creo que estaban muy bien, como As leis de Celavella. Pero eran series muy limitadas de presupuesto. La primera vez que pude trabajar con esa idea de generar una mirada fue en Hierro.

Estuvieron cinco años dándole vueltas a la serie. ¿Temieron que se quedara en el cajón?

Sí. Y tampoco habría sido tan extraordinaria, porque la mayor parte de los proyectos que se generan finalmente no salen. En el momento en el que estábamos con Atresmedia y finalmente deciden no hacerla, había un riesgo altísimo de que se muriese el proyecto. Pero la coincidencia de que naciera Movistar+ abrió una ventana que antes no existía.

¿Esperaban la noticia de la segunda temporada?

Antes de estrenar no teníamos ni idea, pero los datos de audiencia fueron muy buenos. Aunque no se trata de que si tiene éxito hay que hacer ya la segunda temporada. Hay que pensar en si tenemos algo que valga la pena contar.

Esa no es la filosofía habitual de las series. Muchas se estiran hasta agotarse...

Eso antes era muy frecuente, porque se pensaba: "Mientras funcione la audiencia, hacemos más". Por eso en muchas estuve al principio y luego me marché, porque no quería estar en ese proceso. Pero me parece que cada vez entra más la idea de seguir solo si se encuentra una historia interesante. Es mejor hacer una o dos temporadas bien, que cinco mal.