El baritenor estadounidense Michael Spyres es un artista muy inteligente. Dotado de una cuerda excepcional, capaz de abarcar una amplísima extensión vocal, del grave al sobreagudo, la maneja con extraordinaria habilidad utilizando diversos recursos técnicos, especialmente en el sobreagudo, donde emplea con eficacia el registro de cabeza y el falsetto. Posee una voz muy flexible y un fiato notable (bien patente en La Africana, de Meyerbeer), lo que le permite regular muy bien el volumen y resolver con acierto notables coloraturas y difíciles saltos interválicos. Ello pudo advertirse sobre todo en las ornamentadas arias de Haendel ( Il trionfo del Tempo e del Disinganno) y Mozart ( Idomeneo). Y también en las tres dificilísimas arias de Rossini (dos de Otello y una de Zelmira). El programa „otra muestra de inteligencia„ fue creado especialmente para nuestra ciudad y tenía como elemento común el mar, omnipresente en una urbe asentada en una península. Eso sí, la elección de las obras dio como resultado una tremenda exigencia vocal que al final produjo una notoria fatiga en los músculos de la fonación. Pudo advertirse, sobre todo, a partir de las arias finales: de Verdi ( Un ballo in maschera) y de Ponchielli ( La Gioconda). Sin embargo, y tal como ya había demostrado el año 2015 en su admirable versión de Ermione, de Rossini, donde se halla más cómodo, donde su voz se explaya y el timbre se hace más bello es en este repertorio de tenor spinto o incluso dramático (que es por otra parte el que desde muchos puntos de vista se halla más próximo al que se define como baritenor; muchos dramáticos se han hecho barítonos y viceversa; caso de Guichandut, de Plácido Domingo y de tantos otros). También obtuvo Spyres grandes momentos con el aria de La muette de portici, de Auber; y, acaso sobre todo, con su brillante versión de la romanza de La tabernera del puerto, de Sorozábal, que ofreció como único bis tras dirigir al público gestos elocuentes (como cortando la garganta con la mano) de que la voz estaba ya al límite y que no ofrecería más bises. La aclamación, tras esta magnífica interpretación de la obra de Sorozábal, constituyó la apoteosis de un brillantísimo y singular concierto. El pianista francés Mathieu Pordoy acompañó con sensibilidad, elegancia y algunas imperfecciones.