Hace casi un año, Carlos Goñi (Madrid, 1961) dejó la guitarra en casa. Se fue a un pueblo de Euskadi, a una montaña en la que no paraba de llover, y decidió replantearse su vida. En las largas caminatas en las que se embarcaba a diario, subió al ring todas "esas cuestiones que hacía 40 años que no miraba", y empezó a simplificar. "La mochila pesa mucho, hasta que te das cuenta de que hay un montón de cosas que no te pertenecen", dice el cantante, líder desde hace tres décadas de Revólver.

Su último proyecto, Básico IV, sigue la misma filosofía que le salvó aquel mes de noviembre, con un disco acústico libre de disfraces. La nueva entrega, grabada en enero en el Teatro Price de Madrid, la compartirá este jueves en el Colón, donde tocará a las 20.30 horas.

Normalmente los acústicos son una rareza de los músicos, pero para usted han sido uno de sus pilares.

Efectivamente. Pero es porque, cuando empecé a oír música, escuchaba a tipos que tan pronto sacaban un álbum acústico como uno eléctrico, por eso para mí son lo mismo en realidad. Lo que pasa es que aquí la gente se plantea el acústico como un sonido pequeño, y yo no estoy de acuerdo con eso para nada. Yo me lo preparo mucho más cuando hago un concierto solo que cuando tengo que hacerlo con banda.

Habla de bandas, pero da la sensación de que, desde Comité Cisne, desertó del concepto.

Sí, absolutamente. Dije que nunca volvería a pertenecer a un grupo en la vida y así ha sido.

¿Por qué?

No valgo para estar en una banda. Me molestaba mucho escribir una canción de cabo a rabo y que luego los otros del grupo dijeran: "Bueno, lo vamos a hacer así o asá". Lo que le iba a llegar al público y lo que yo escribía se iban a parecer como un huevo a una castaña. Es un espacio por el que ya no quería volver a pasar.

Cuando se desligó de aquello y creó Revólver, ¿a qué quería disparar ?

A todo. Además, sin mirar. Y es lo que hago, lo cual no es una cosa muy inteligente, porque caes mal a los de un lado y a los del otro [risas]. Pero es extraordinariamente higiénico mentalmente hablando.

Suena a que se ha buscado muchos detractores.

[Piensa] Pues te voy a poner un ejemplo. Hace muchos años, tanto el Partido Popular como el Partido Socialista me ofrecieron en unas elecciones gallegas hacer toda la gira. Pero yo había decidido que nunca iba a tocar para un partido político. Y nunca lo hice, porque entiendo que el arte tiene que nacer de una absoluta libertad de movimiento, y no puede plegarse a los intereses de ningún tipo de ideología.

Le escuchaba decir que no piensa ni volver a votar.

No, no pienso volver a votar. Porque esto es como decir: "Oye, que no nos gusta lo que habéis votado, a ver si podéis dejarlo más claro". Ya, y qué más, hombre.

¿No se arrepentirá si no le gusta el resultado?

Para nada. Me voy a arrepentir de una manera u otra, con lo cual prefiero no hacerlo. Pero esta reflexión no viene gratis. Mi obligación como ciudadano es pagar impuestos, pero votar es un derecho que puedo ejercer o no.

Para un militante de izquierdas como usted, todo esto será una decepción...

Pero es que a mí la izquierda que hay en este país no me representa en absoluto. Me parecen antiguos, retrógrados... Y los otros igual. Si estuviéramos hablando de vinos, diría que hace ya muchos años que estamos ante las peores añadas de políticos de la historia.

¿Cuándo empezó a perder la fe?

[Silencio] ¿Sabes qué pasa? Que, cuanto más aprendo, menos fe necesito. No es una cuestión de que la haya perdido, es que no me hace falta.

¿Tampoco la confianza?

Esa sí que la tengo. Si no, a ver cómo me subo a un escenario [ríe]. Eso sí, cuanto más trabajo, menos confío en la suerte. Se suele decir que, en un lago en el que dos se están ahogando, Dios tiende a ayudar al que sabe nadar. Y es cierto. Es mejor aprender a nadar, porque esperar a que te saquen del lago es tener mucha jeta.

Hubo un tiempo en el que era usted el que se estaba ahogando.

Sí, se la jugué a la intuición durante muchísimo tiempo. Si le hubiese hecho caso cuando me estaba levantando todas las alarmas, hace 8 o 9 años... Hay algunas cosas de mi vida que estarían mejor ordenadas. Pero no le hice caso. Mi psicóloga me decía que era porque iba a gusto en el burro.

¿Cuántas veces tuvo que poner a cero el contador?

¿A cero en serio? En noviembre va a hacer un año. De hecho, lo cuento en No escupas al suelo. Me fui a un pueblecito de Euskadi, con una cantidad monstruosa de cosas que resolver en mi vida. Cogía cada cuestión, la ponía encima de la mesa y la miraba de frente. Solo puedo decir que me fui con 1.600 contactos en el móvil y bajé con 310. También hice una lista de los 15 seres humanos que más me habían influido a lo largo de mi vida, y, de los 15, tres eran perros.

¿Ha tenido que llegar a los 50 para espabilar?

Sí, sí [risas]. Bueno, para espabilar o, cuando menos, para sentirme mucho más a gusto con mi vida. No ha sido fácil. Decía Neruda: "En algún momento te vas a enfrentar con ese tipo que eres, y puede que te guste y puede que no".

¿Usted lo ha hecho?

Sí, me he enfrentado. Y ahora sí que me gusto.