Hace ya tiempo que no se sabe si Ramón Pernas (Viveiro, 1952) es escritor o biógrafo. "Mi vida ha sido una elección continua de personalidades, viviendo otras vidas que nunca fueron la mía", dice en boca de Leonardo del Río, un autor en declive que se embarca en la escritura de la última obra de su carrera. El personaje protagoniza El libro de los adioses, la nueva novela que Pernas acaba de publicar, y que cierra la trilogía que dedica a las despedidas desde Hotel Paradiso. La pasada semana, el periodista visitó la ciudad para promocionar su trabajo; un capítulo más, asegura, de esa gran historia que lleva años escribiendo.

¿Es esta la novela que escribiría si fuera la última?

No. Yo tengo siempre obra próxima, no póstuma [risas]. Esta novela resume gran parte de mi narrativa, aunque no será la última. Pero el tema de los adioses me pareció oportuno porque hablo sobre una persona senil, que dejó de escribir hace 12 años y a la que su editor le encarga un libro final.

Su protagonista, Leonardo del Río, es un hombre aislado, en declive. ¿La edad es soledad?

Sí. La edad es la soledad porque reformatear el disco duro de toda una vida es muy complejo. El autor dice que los libros están todos escritos, que ya escribió todo lo que tenía que escribir. Es un autor que decide compartir con él mismo la soledad. Y la soledad es mala cuando no la deseas, pero no cuando lo haces. No es mala per se.

Como en sus últimas novelas, la memoria aquí es una constante. Parece que le está ganando la partida la nostalgia

Sí, yo soy un militante de la nostalgia, un auténtico entusiasta de la melancolía. Ambas sumadas conforman el mundo de la saudade, donde yo me siento muy cómodo. En mi literatura la memoria es un leitmotiv desde Si tú me dices ven o Paso dos, que para mí es un libro importante en mi trayectoria junto a Brumario. También lo son los personajes un poco marginales...

Y ancianos. ¿Está en una cruzada contra esa oleada juvenil que domina la literatura?

Claro, porque eso tiene fecha de caducidad. La juventud se cura con la edad [ríe]. Los viejos no huelen bien, son un poco pesados, y nadie escribe sobre ellos. Yo lo hago porque voy un poco a contracorriente, porque soy un defensor de las causas perdidas.

"Me declaro incapaz de escribir una novela al uso de hoy", asegura en la obra

Es que hoy prima la banalidad sobre la reflexión, lo inmediato sobre lo literario. En los últimos 15 años del panorama español editorial, las novelas banales de usar y tirar son más que frecuentes. Yo soy más reflexivo.

Por ello, ha tenido reconocimiento. Aunque del libro se deduce que el prestigio no sirve de demasiado...

Está claro. Amanda, un personaje básico de este libro, es la ambición. Tiene vocación de viuda de Cela, de ser pareja de un Premio Nacional. Leonardo no. Él es un autor que es Académico, pero que pasa un poco de todo eso.

Un escritor escribiendo sobre un escritor, ¿es lo más fiel que hay?

Sí. Es no hacerse trampas en solitario. Yo tengo un capital afectivo muy importante de amigos escritores. Juntos hemos intentado cambiar el mundo en reiteradas ocasiones, y nunca hemos conseguido nada. Pero yo siempre me consideré deudor del aprendizaje que tuve con ellos, de sus afectos, de sus pequeñas envidias... Que te estimulan. No hay peores enemigos que los escritores, nunca uno habla bien del otro, pero siempre habrá un respeto profundo.

¿Hay mucha competitividad?

En los últimos tiempos, sí. Porque el mundo editorial es muy duro, y muchos autores no tienen acceso al sistema. Eso genera envidias e incluso a veces más que eso. Pero todo tiene solución inmediata con una cerveza. A la sexta, todos somos amigos íntimos [risas].

En su libro habla de algunos a los que admira, como Hemingway, Cortázar o Cunqueiro. ¿Qué es lo que les debe?

Les debo horas enteras inmensas de felicidad. Yo soy feliz leyendo, y soy mejor lector que escritor. Pero tengo un canon que no ofende. Cuando cito a Cunqueiro o a Casares, cito a autores que ya no están, pero que forman parte de mi memoria literaria. Me acompañan en este libro, que es de adioses, porque ninguno está entre nosotros.

De Cunqueiro, sobre todo, su literatura tiene mucho...

Sí, sí. Yo con Cunqueiro tuve relación directa, venía a mi casa de Viveiro. Y yo iba a comer a Sanlúcar, a la comida que organizaba. Al contrario que mucha gente, yo vuelvo a los lugares en los que fui feliz.

¿Y qué siente cuando regresa? Se marchó de Galicia hace ya mucho...

En realidad, no me fui nunca [risas]. Sigo viviendo en Vilaponte [nombre ficticio que le da a Viveiro]. Mi mujer a veces se enfada conmigo cuando sube las persianas y le pregunto qué día hace, como si estuviera en las brumas viveirenses, y escucho sus campanadas desde Madrid. Galicia viaja conmigo, y Viveiro más.

¿No ha quemado puentes desde que se fue?

Sí, pero insustanciales. Los puentes que destruyo los reconstruyo al día siguiente.

Con esta novela cierra la trilogía de los adioses, ¿qué hay después de las despedidas?

Tengo ya en mente la casa madre de todos los personajes de mi narrativa. El próximo libro es sobre una persona que va a la casa donde vivió, y la casa es la protagonista. El hogar donde nacimos, donde fuimos felices, donde tuvimos a nuestros hijos... La casa es la estructura protectora del individuo. Y yo le debo un libro.