Dice El Kanka (Juan Gómez) que con cada disco intenta dar un paso. Pero que con el último, El arte de saltar, ha avanzado millas. Desde el pasado septiembre, el cantautor se ha embarcado en una gira por grandes salas, en las que se ha enfrentado a cifras de público que nunca había manejado. Mañana, su tour Donde caben dos caben tres aterrizará en la Sala Pelícano (22.30 h), en la que interpretará sus últimas composiciones.

Lo de El arte de saltar le ha salido premonitorio.

[Risas] Sí. En realidad, no solo premonitorio, sino que el nombre está puesto con esa intención también. El arte de saltar nos parecía guay porque, ya en el disco anterior, la gira que hicimos había sido un salto. Ahora estamos haciendo aforos supergrandes, hemos dado un salto que te cagas [ríe].

Aforos más grandes, más público... ¿Le está cambiando mucho la vida?

No... Bueno, a ver. Como mi carrera va tan despacio, me da tiempo a ir acostumbrándome a los pequeños cambios. Yo siempre pienso en estos chavales de Operación Triunfo, que pasan de estar cantando en la ducha a hacer una gira por estadios. Yo soy muy tímido, y creo que no hubiese llevado nada bien sacar mi primer disco y pasar a los conciertos que estoy haciendo ahora.

¿Se sigue considerando un cantautor alternativo?

Sí, aunque dentro de eso me vaya muy bien. Pero alguien que no quiera conocerme no lo va a hacer. No le van a meter mi música con un embudo, como pasa con los proyectos mainstream.

Al suyo le han colgado la etiqueta de "simpático".

Me lo puso una periodista, y se ha usado mucho. Pero una etiqueta nunca va a decir toda la verdad. Yo intento no caer en el "sé feliz", porque sé que eso es muy fácil decirlo. De hecho, en realidad soy un rayado de la vida, tengo una neurosis de libro y escribo desde la miseria, pero siempre intento no recrearme en el lado turbio de la vida.

En su último disco lo roza un poco más. ¿Los tiempos le han forzado a la canción protesta?

Quizá sí. Todo lo que está pasando a nivel político le pone las pilas a cualquiera que haga algo creativo. Aparte de eso, también se trata de una evolución. Cuando tenía 20 años me gustaba mucho jugar con las palabras, pero ahora me apetece más contar cosas. Por lo que sea, tía. ¡Me he hecho mayor! [risas]. Ya no tengo la cabeza igual, y me parece honesto que el artista vaya detrás de eso, y no intentar copiar el rollo que tenía cuando empecé.

Lo mal que estoy y lo poco que me quejo fue entonces su carta de presentación. ¿Exageraba?

No. Yo soy de Málaga, y la llegada a Madrid para mí fue catastrófica. Llegar a fin de mes era un poco de funambulistas, me tuve que poner a dar clases de guitarra y recuerdo que me agobié un montón. Las distancias, la gente corriendo... Madrid me pareció muy hostil, pero luego ya encontré tiempo para componer...

Una de las últimas letras que ha escrito es Demasiada pasión. ¿En qué diría que nos sobra?

[Lo piensa]. Yo soy un tío muy cerebral, me falta pasión, y creo que es un defecto. Pero en esa canción vi que era muy fácil caer en el fundamentalismo. Cerrarse en banda es una cosa de catetos y en este país se ve superclaro a nivel político, porque uno de izquierdas no puede tomarse una caña con uno de derechas. Yo entiendo que uno tiene que defender sus ideas, pero cuando te impiden mirar a los lados... Eso es que eres idiota.