Goyo Jiménez (Melilla, 1970) parece haber encontrado su mejor mina al otro lado del charco, en América. "Es lo que me ha facilitado la vida", reconoce el cómico, que conquistó con sus historias sobre tópicos estadounidenses en su espectáculo Aiguantolivinamerica. La segunda parte del show se ha hecho esperar 15 años, pero regresa ahora con una gira nacional. Hoy, y mañana a las 19.30 , el humorista volverá a arrancar carcajadas en el Colón con sus comparaciones entre el país de Hollywood y España, un lugar, dice, "capaz de reírse de su propia sombra".

Se reafirma como especialista en asuntos americanos.

Ha sido por aclamación popular, como Pedro Sánchez. Cuando hice la primera parte me abrumó el éxito y llegó un momento en el que dije: "Como no haga otra cosa voy a ser el de los americanos y ya está". Lo fui dejando, pero todo el mundo me decía: "¿Cuándo vas a hacer más cosas?". Y ahí estamos.

¿Este show no es volver a prestarse al encasillamiento?

Bueno, me he tomado 15 años y he hecho otros shows, así que la gente me ve como un creador de humor y no de cosas americanas. Pero no reniego en absoluto de todo eso, porque es lo que me ha hecho conocido. A los creadores lo que más éxito les da parece que es lo que más les molesta, pero en mi caso sucede al contrario.

¿Cómo ha cambiado el público durante esos 15 años apartado de Estados Unidos?

Se ha vuelto menos ingenuo en muchos aspectos y más ingenuo en otros. Ya no se ríe de cualquier cosa, pero a veces le cuesta ver la verdadera intención de la broma. Parte es culpa del follón en el que vivimos, de las fake news, de la manipulación... Eso nos obliga a esforzarnos mucho más. El público se ha vuelto más exigente...

Pero le sigue fascinando América...

Le sigue fascinando porque ese ideal de América como un sitio maravilloso forma parte de nuestro imaginario colectivo. La gente la tiene idealizada, y es un poco porque lo quiere así. Decía Reagan que, si Hollywood vende, América vende. Yo hurgo en las cabezas de la gente, y se ríen porque todos han visto esa situación.

¿Habría una máxima americana para resumir su comedia?

(Risas) Creo que aquello de: "No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país". Yo resumiría mi trabajo diciendo: "No te preguntes qué es lo que puedo hacer yo por ti, sino qué puedes hacer tú por mí, que es venir a verme y pagar la entrada" (ríe). Me encanta la idea de que siempre tienen la frase perfecta. Eso es una cosa que a los españoles no nos pasa. Siempre dudamos. Luego, por la noche, decimos: "¡Ay! ¡Le tenía que haber dicho...!". Pero en el momento exacto, no tenemos esa réplica.

Los tópicos españoles han sido recurrentes en sus monólogos. ¿El compararse es uno de nuestros mayores deportes?

Sucede en todo el mundo, pero sí que es cierto que España es un país de esperpento. Cuando queremos hacer algo heroico, al final sale la risa por alguna parte. En el carácter español está esa manía de desmontar la épica, de reírnos hasta de nuestra propia sombra.

¿No será que no nos queda más remedio?

(Risas) Sí, esa es la idea. Comer no comeremos, pero ¿y lo que nos reímos? Si hay una cosa que debería figurar en alguna cosa heráldica de España es esa. Un país que ha pasado las dificultades que ha pasado y que, aun así, no ha perdido el sentido del humor... Nos tomamos a broma. Pero a mí, los países que se creen su propia épica son los que me preocupan.

Hoy hay mucha impostura...

Y gente que de verdad se lo cree. Y no solo los influencers de Instagram, también los políticos. Últimamente veo estas patochadas, a uno posando con pilotos de los aviones como si fuese Kennedy, al otro lanzando mensajes de salvapatrias... Te paras y dices: "¿Pero no te das cuenta de lo ridículo que resultas? ¿Tengo que venir a hacerte la broma?".

Y va y las hace... ¿Qué le ha descubierto la comedia?

Para empezar, la obligación de tomarme menos en serio, porque yo he sido el primero que ha pecado de una soberbia excesiva. Desde pequeño me vienen diciendo lo listo que soy, y he tardado mucho en darme cuenta de que soy más tonto que un árbol (risas).

¡No será para tanto!

A ver, se puede tener una memoria estupenda y después ser incapaz de empatizar con los demás, y eso es ser idiota. Y yo, que estoy cada vez más viejo, me doy cuenta de la cantidad enorme de cosas que tengo que aprender. En la soberbia de la juventud escuchaba muy poco, y ahora es cuando más estoy escuchando en mi vida, y cuando más estoy aprendiendo.

Una de sus muletillas es ese famoso: "No lo digo, lo hago". ¿Es también un lema de vida?

Lo es, lo es. Está muy bien teorizar, pero las cosas hay que demostrarlas...

¿Ya lo pensaba en la adolescencia? De aquella tenía ya su propia compañía...

Sí. A mí me gustaba escribir historias, y no estaba para esperar a que alguien me las hiciera. La idea de la compañía era liar a todos los colegas que tenía para llevarlas a cabo. Aquello nos supuso un antes y un después porque yo vivía en Albacete, y de repente nos veíamos en Sarajevo haciendo teatro (risas). Yo puedo decir que en cuanto a aventuras tengo las asignaturas hechas en el momento en el que tocaba, que es cuando era joven. Y ha sido todo gracias precisamente a no decirlo, a hacerlo.