La muerte de Franco y el posterior epílogo de la Transición protagonizan la última novela de Eduardo Mendoza, El negociado del yin y el yang. El autor presentó ayer su obra en el ciclo Somos o que lemos, de la Fundación Seoane, donde desglosó un nuevo capítulo del repaso al siglo XX en el que se ha embarcado desde El rey recibe, el inicio de su saga narrada por Rufo Batalla, y a la que echará el cierre cuando su pluma alcance el año 2000.

Si la primera parte de la trilogía partía del 68, en esta reciente entrega el escritor se sumerge de pleno en los cambios que se fraguaron tras aquel noviembre del 75, que relata a medio camino entre el Nueva York en el que entonces residía y su Barcelona natal. Batalla, reconocido alter ego de Mendoza, arroja luz en la novela sobre ese periodo en el que, escribe, se encendió en España "la obsesión de cambiarlo todo", aunque fuera a tientas y con cierta desconfianza. "La gente llevaba esperando mucho tiempo, pero cuando al fin sucedió vino la incertidumbre. Cualquier cosa podía pasar, y había un miedo muy fundado a otra guerra civil", explicó el autor durante un encuentro con los medios la pasada mañana.

La fuga de capitales, las teorías sobre la conveniencia o no de entrar en la Unión Europea y las tímidas casetas de los partidos recién fundados en las calles dan cuenta en la novela del panorama al que dio pie el fallecimiento del dictador. Un hecho que, asegura Mendoza, provocó "en todos" una sensación "de orfandad". "Sentimos que había acabado una época. Yo no conocí nada que no fuera el régimen hasta una edad muy avanzada, y de repente se había acabado", señaló el escritor, que no renuncia en la obra a su conocido sentido humorístico, a pesar de la gravedad de lo que abarca.

En su cita con la prensa, el autor reclamó que "no hay que tomarse muy en serio a uno mismo", ni tampoco a los personajes. Es por ello por lo que ha querido envolver de nuevo sus reflexiones en el embalaje de lo absurdo, y cruzar otra vez a su protagonista con Tukuulo, el príncipe de un reino inexistente, Livonia, cuyo trono está decidido a recuperar. En la novela, sus deseos de reconquista enredan a Batalla en un encadenado de viajes, que Mendoza aprovecha para retratar las transiciones de otros países como Japón, Vietnam y Alemania. Desde la Quinta Avenida hasta el lujo de Van Cleef Arpels y el Broadway neoyorquinos, el autor aterriza con su prosa en Tokio, para reflejar la aparición de la región nipona en Occidente. "Antes era otra galaxia, y de repente provocó un gran impacto en nuestra cultura. Yo tuve la suerte de conocerlo cuando estaba empezando a salir de la posguerra, y ya se veía que iba a ser una fuerza", indicó el autor.

El país oriental es, según dijo, uno de los protagonistas de su obra, en compañía del periodismo. Reconoció que la profesión de Batalla„ un plumilla "de segunda división"„ no es casual, sino que pretende reflejar ese momento en el que "los medios empiezan a ser los que crean la opinión pública". Mendoza pronostica que "quizá las redes sociales sean el futuro", pero que a él ya le quedan a desmano. "Yo me informo con la prensa. La televisión no la soporto, y los telediarios me parecen una tontería, porque es una persona leyendo un periódico", aseveró en su cita de ayer.

Cuando estaba en Estados Unidos, las noticias en papel también eran para él vitales. El escritor solía acudir a un desangelado kiosco de Times Square, al que llegaba "de vez en cuando un periódico español" con el que se enteraba "de lo que había pasado con una semana de retraso". A la pregunta de si, como los integrantes de aquellas colonias en el exilio, se sintió ajeno al regresar, responde claro. "Yo me siento extraño en todas partes. A mí lo que me gusta es estar donde se habla un idioma que no es el mío, y cuando conozco el sitio me canso y me voy", confiesa.

Actualmente, Mendoza reparte su tiempo entre su residencia en Londres y su hogar catalán. Su llegada a A Coruña se producía precisamente tras unos días de paso en Barcelona, cuya situación definió "en su conjunto" como "un desastre". El escritor aseguró que "en la ciudad hay un poco de cansancio y sensación de inutilidad", porque se producen movilizaciones para "presionar" a un gobierno que no existe. Mostró también su sorpresa porque "los jóvenes se apunten a la causa" de la que, dice, él se siente lejos.

"Yo soy de una época de un gran individualismo, en la que todos los valores supraindividuales eran un triunfalismo y una religión tremendista, y aprendimos a desconfiar de todo. Por eso ahora estos movimientos patrióticos de un lado y del otro me producen perplejidad", comentó.

En su comparecencia, Mendoza aseguró que "Barcelona ha cambiado mucho" desde su juventud, cuando "era una ciudad de provincias y amable". "De repente es un referente, se la dejo a los turistas", apostilló. Su descontento con las oleadas de visitantes recorren toda la novela, que llega en un momento "perfecto", según apuntó en la intervención. Tras el lanzamiento de su primer libro ( La verdad sobre el caso Savolta) en el "histórico" 1975, el autor dice haber tenido la "suerte" de publicar El negociado del yin y el yang ahora , "cuando Franco sale de la tumba". "Es que muy poca gente sale de ella. Lázaro, Drácula... Y no se me ocurren más", dijo entre risas.

La mención de su ópera prima reavivó en Mendoza los recuerdos de sus primeros coqueteos con la escritura, que sigue haciendo a mano a pesar de los años. "No es por una cuestión simbólica, es que en el ordenador me armaba un lío", reconoció. También se sigue enfrentando "cada día" a la "misma pereza de ponerse a escribir". Asegura tener "ideas vagas" sobre la tercera parte de Rufo Batalla, que en principio será la última, aunque las decisiones, indica, "están para incumplirlas".