Acaba de cumplir los 50, pero Coque Malla (Madrid, 1969) sigue tan rupturista como cuando entonaba aquel Adiós papá al frente de Los Ronaldos. O quizá más, porque ahora incita abiertamente a la rebeldía. Así, aunque entre interrogantes, se titula su último disco ¿Revolución? El cantante se entrega al baile y al rap en este nuevo trabajo, que presentará -con un doblete anunciado por pura demanda- el 21 y 22 de noviembre en el Colón (20.30 h.)

¿Revolución? ¿Necesitamos una?

No estaría mal. Necesitamos ser más libres. Hemos construido una maquinaria terrible que nos hace muy esclavos de la tecnología, de cierta moral, de las instituciones... No nos hace felices, así que creo que estaría bien.

Este disco parece la suya. Al menos, a nivel musical.

Lo dice todo el mundo, pero yo creo que la verdadera revolución vino con El último hombre en la tierra, que fue cuando introdujimos los instrumentos sinfónicos y a Miguel Malla, mi hermano, como arreglista. Sí que ha habido un paso más allá con este disco, pero la música de baile siempre ha estado en mis gustos, aunque a la gente le está sorprendiendo...

Es que se ha rapado el pelo y se ha puesto a escuchar a Daft Punk. Muy al estilo de la crisis de los 50.

(Risas) Me da mucho orgullo porque, con 50 años y el camino recorrido, me podría haber apoltronado. Pero de una manera instintiva, supongo que por un momento vital, este ha sido un disco con una energía muy bestia, joven.

Habla de momentos vitales. ¿Los cambios en la música son parejos a los de la vida?

No han sido cambios drásticos, pero alguno ha habido. La música recibe de una forma muy directa lo que te pasa. De todas maneras, yo cuando hago discos no hago diarios, no hago autobiografía...

Dice que tampoco hace política, pero en letras como la de Un lazo rojo, un agujero hay un cierto tono reivindicativo.

No sé si reivindicativo. Reivindicar es pedir algo, y yo pienso que tiene un tono crítico e irónico. Y una cosa es la política y otra ser ciudadano y ser permeable a lo que pasa. Pero no todo es político, ¿eh? Hay vertederos de ideales fuera de la política.

Empieza el disco descreído y luego se dulcifica. ¿El verdadero Coque es el cínico o el optimista?

Ah, nunca lo sabrás (risas). Pero porque nunca lo sabré yo tampoco, ni nadie. Yo creo que no sabemos quiénes somos realmente. ¿Somos Jekyll o somos Hyde? Todos tenemos a Jekyll y a Hyde, y es tan auténtico el uno como el otro.

A los suyos, ¿les ha quedado alguna vez, como canta, "solo la música"?

Yo creo que casi el 80% del tiempo. Por supuesto que muchas veces tengo esa sensación.

¿De tener solo el escenario?

Eso dicho así suena muy dramático, pero sí de que el escenario sea el absoluto centro de mi vida.

Otra joya de este álbum es América . Hablábamos antes de ideales, ¿otros que se rompen?

Sí (duda). Aunque yo creo que es una metáfora más sobre los sueños. Sobre cómo idealizamos las cosas cuando las tenemos delante y, cuando las conseguimos, se desvanecen, y tenemos que empezar a desear otras.

Cenas con políticos, encuentros con Bob Dylan... Su vida también ha tenido algo de hollywoodiense.

¿Mi vida? ¡No sé si tanto! (risas). Depende de con cuál la compares. Pero si la comparamos con la de un funcionario, mi vida ha sido como la de Bucowski.

Podría decirse que empezó con Los Ronaldos, aunque asegura que se mitificó.

Hubo momentos maravillosos. Lo que pasa es que la industria no era tan lujosa como ahora. Los grupos de éxito de entonces, quitando a privilegiados como Mecano y El Último de la Fila, no éramos superestrellas de rock. Éramos como una orquesta de lujo.

¿Recorrían los pueblos?

Sí, lo hacíamos en verano. Gratis la mayor parte de las veces, algo que nos hizo mucho daño, y en condiciones muy precarias. Tocabas en casetas de feria, sin camerinos... Ahora se ve a Los Ronaldos como si fuéramos Los Rolling Stones, pero la realidad de la industria en aquella época era muy diferente.

Aquello fue en los 80, pero en ¿Revolución? el homenaje se lo hace a los 70. ¿Su década hizo sombra a la anterior?

¡Uf! Eclipsar la música de los 70 es muy complicado. Es como pretender eclipsar a Beethoven o Mozart, ya son la referencia. Para mí, entre los 60 y los 70 está la gran biblia del rock y del pop.

Por el suyo ganó este febrero un Goya a la Mejor Canción. ¿Qué hizo con el premio?

¡Empeñarlo! Me dieron 400 euros por él. ¡Pues qué voy a hacer! (risas) Ahí está, en una estantería, entre plantas que le hacen una especie de melena a don Francisco.

¿El universo ha saldado su deuda? En los 90 ya había sido candidato como mejor actor revelación.

Sí, por Todo es mentira. Lo que pasa es que estaba nominado también Saturnino García, sorprendentemente, porque debía tener sesenta y pico. Pero me alegro de que mi primer Goya haya llegado con una canción en vez de con una película, porque soy músico, no soy actor. Prefiero que mi primer Goya haya sido con mi verdadero trabajo e identidad.

Los actores eran sus padres. El escenario sería desde siempre un terreno familiar.

Sí. Crecimos en teatros, éramos una familia de titiriteros modernos. Yo recuerdo una gira que hizo mi padre [Gerardo Malla] por Galicia y a la que fui. Mientras él estaba en el teatro, yo me iba muchas veces solo al cine, y luego volvía y veía la función. Me acuerdo maravillosamente de esa gira...

¿Qué se llevará de las que hace ahora?

Me lo llevo todo. Subido a una furgoneta con mi banda, que son mi segunda familia... Ahí es donde soy feliz.