No es fácil que un ensayo logre, en poco más de un mes, llegar a una tercera edición. Pero ese es uno de los logros que El infinito en un junco, de Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), puede atribuirse. La obra ha alcanzado a un público mayoritario a pesar de tratar un tema del que el lector suele distanciarse: los clásicos, y la historia, de la que repasa 30 siglos. Desde la invención del libro, hasta su supervivencia y autores a lo largo de los años, Vallejo hace en papel "una reivindicación del pequeño universo de las letras", que presentará este martes en A Coruña, en la Fundación Seoane a las 20.00 horas.

¿Los libros tienen su propia historia secreta?

Esa es la idea de la que partí para concebir este ensayo. Se le da mucha importancia al proceso creativo de los escritores, pero hay otra clave más aventurera que es la de la historia de la supervivencia de esas obras frente al fantasma del olvido. A mí me pareció interesante reivindicar esa comunidad sigilosa de lectores que, a lo largo del tiempo, han protegido los libros para que llegasen hasta nosotros.

Lo narra con un tono muy épico, como una versión de Las mil y una noches

Me gusta que digas eso, porque me interesaba experimentar con el ensayo, contar esta historia como si fuera un cuento de cuentos. En mis años de enseñanza, observé que los alumnos recuerdan mejor las anécdotas que los conceptos abstractos. Y pensé que, a lo mejor, la narración es la mejor envoltura para que la información se asimile.

Contamos mal la historia, ¿contamos también mal a los clásicos?

No me atrevería a generalizar, pero sí es cierto que a los clásicos se les ha mirado como en un pedestal, en la distancia. O, en el otro extremo, se les ha considerado ya intrascendentes para un mundo contemporáneo que tiene otras inquietudes. Yo creo que no hay que caer en ninguna de las dos partes, sino buscar en ellos las emociones en las que nos reconocemos.

En su ensayo, Ovidio podría ser un ejemplo. Habla de su manual para ligar...

(Risas) Sí, hay muchos aspectos del mundo antiguo que identificamos inmediatamente y que nos retratan. Hay otra anécdota del primer fan de la historia, la primera persona que sabemos que fue en busca de su ídolo, Tito Livio. Un gaditano de hace muchos siglos le admiraba tanto que decidió viajar desde el sur de la península hasta Roma solo para poder verlo.

La distancia con los de antes, ¿es un espejismo?

Sí. Podemos leer a Safo y sentir sus palabras todavía. O el humor de Marcial, que yo creo que arrasaría en redes sociales. En estos tiempos de fronteras y nacionalismos, es una lección recordar que la literatura aún nos une y nos habla al corazón.

Su ensayo es una defensa de la resistencia de las palabras. ¿Se peca de pesimismo en las profecías sobre su futuro?

Sí. Yo creo que estamos constantemente condenando a muerte a la literatura, pero es un enfermo que goza de buena salud. Las palabras han sobrevivido a coyunturas históricas mucho más duras que esta, y los lectores siempre hemos sido los suficientes para salvar la literatura. La Ilíada, por ejemplo, no ha caído en el olvido.

¿Cómo explica ese mundo antiguo nuestro presente?

Hay una frase que cito, de Amelia Valcárcel, que dice que en Grecia empezamos a ser tan extraños como somos ahora. Grecia y Roma son nuestro kilómetro cero. Gran parte del mundo tal y como lo conocemos se empezó a gestar entonces. Las bibliotecas y las librerías son un legado que hemos recibido de ellos, por ejemplo.

La invisibilidad de las autoras, ¿es otra de las herencias que nos han dejado?

Totalmente. Ha habido grandes avances, pero no podemos olvidar que la historia del canon literario es la del arrinconamiento de las mujeres brillantes que ha habido. Como Aspasia, que está detrás de algunos de los grandes discursos de su marido Pericles, que luego han influido en Kennedy o en Obama. La posteridad tiene más tendencia a olvidar a las mujeres que a los hombres, pero es importante saber que no somos unas intrusas en este mundo de la palabra.

¿Sigue ahí la infravaloración?

Ahora tenemos muchas más posibilidades para publicar, pero hasta hace poco yo seguía percibiendo más dificultades para obtener reconocimiento literario. Escaseaban los premios y el estatus de gran creador para las mujeres...

Su camino como autora empezó con su padre, y con Ulises

Yo pienso que mi padre me cambió la vida el día que empezó a contarme la historia de Ulises. Entonces había una serie de dibujos animados de uno galáctico, y mi padre me dijo que ese no era el verdadero. Ya esa noche empezó a contarme las historias de las sirenas, la guerra de Troya... Y me cambió la vida.

Es un poder poco reconocido ese de la literatura...

Sí, pero después de leer un libro, ya no se es exactamente el mismo de antes. En el ensayo he recogido testimonios de cómo gente, en momentos terribles de su historia y de la historia, ha buscado refugio en los cuentos, porque no es como nos dicen. La cultura no es una especie de adorno para tiempos de prosperidad, ni para evasiones. Es el mástil al que nos agarramos cuando los vientos soplan fuerte y cuando los huracanes amenazan con destruirlo todo.