Pocos conocían a Jerry Herman en 1964. No era un compositor popular, de esos que el público asociara con grandes bandas sonoras, o que cantaran artistas icónicos de la época. Para Louis Armstrong, ya de aquella un reconocido artesano de la trompeta, el neoyorquino era apenas una mota de polvo entre las partituras. Nadie le diría entonces que su Hello Dolly, ese tema que su productor le hizo grabar a base de insistencia, se convertiría en los acordes con los que terminaría abriendo hasta la muerte cada uno de sus conciertos.

"Le parecía una canción muy simplona, y cuando se la trajeron soltó sapos y culebras por la boca. Pero cuando fue a tocar la gente le pedía ese título, y acabó interpretándolo siempre al principio para quitarse al público de encima", cuenta con humor Roberto Somoza. El músico ha querido hacer un guiño a la anécdota con su particular Hello Dolly, un disco que lanzaba el mes pasado al frente de la Garufa Blue Devils Big Band. La orquesta„ que tocará este jueves a las 22.30 horas en el Garufa Club„ vuelve a recuperar el espíritu de la era dorada del swing con su trabajo, que repasa los musicales de Broadway y el cine negro.

Saxos, trompetas, trombones o pianos se unen en el álbum para trazar la delicadeza de Somebody loves me, de George & Ira Gershwin, o las cadencias de La vie en rose. El tema de Édith Piaf es un ejemplo de los fetiches de la banda, que apuesta siempre por clásicos "reconocibles" y a caballo "entre el swing y la música ligera". Somoza confiesa una especial debilidad por la pista de la autora, que lleva al oyente directo a París a pesar de haberse grabado muy lejos del Sena. Fue en el Garufa Club, el local que la orquesta solo puede llamar casa, donde se registró el repertorio en falso directo, ante una sala vacía que los músicos no acostumbran a contemplar.

Cada noche que se suben al escenario, el aforo de más de 200 personas se completa. Más de un espectador se ha quedado lacónico a las puertas del espacio, escuchando como un eco el viaje a los 30 y los 40 que propone la big band. Cuando comenzaron a rodar hace cinco años, el panorama era bien distinto. "Empezamos de forma un poco penosa, con una treintena de espectadores. Pero a nosotros ya nos parecía un éxito", recuerda el director, con una sonrisa nostálgica en la cara.

El músico ha comprobado que A Coruña "es pequeña", pero tiene "mercado". Ya lo sospechaba en 2014, cuando se sentó a la mesa con Fernando y Santiago González a soñar un grupo que recorriese como las viejas orquestas las pistas del jazz. Los hermanos le ayudan a dirigir el grupo, a veces con ciertas dificultades. Reconoce que coordinar "es la parte más dolorosa" de mantener a la banda, en la que se genera "un caos" al tratar de "cuadrar horarios, aptitudes", y "diferentes formas de pensar".

"Mi hermano, por ejemplo, lleva fatal que le dirija. Siempre está protestando", pica el director en referencia al también integrante del grupo, José Somoza. A él le robaba de pequeño los vinilos, y a él le debe su amor por el jazz. Fue el trompetista el que le regaló el saxofón que le descubrió el género, al que ha dedicado ya con la Garufa Blue Devils cinco trabajos.

"Muchas veces los músicos se quejan, porque grabar supone un esfuerzo y trabajar las partituras. Pero yo no les hago mucho caso", cuenta Somoza entre risas sobre lo prolífica que se ha vuelto la banda. Y es que, para el clarinetista, no registrar la música "es tiempo perdido". "La tienes en la memoria, pero el recuerdo es efímero. Tocar sin un registro sonoro acabaría siendo frustrante", asegura.

El director concibe cada cedé a modo de álbum fotográfico, en el que resume todo ese repertorio que arma con paciencia cada temporada. El de Hello Dolly, indica, ha partido a destiempo, y ha provocado que le coma terreno un nuevo disco que aguarda en la cola. "Debía salir hace un año, pero hubo problemas burocráticos. Como acabamos de publicarlo, estamos esperando para lanzar el siguiente en marzo", explica. Pero si a la big band los estrenos se le amontonan no es solo por voluntad propia, sino por la de sus amistades. Este año salía también a la carretera Siboney, un álbum en el que explora el bolero en colaboración con Sito Sedes. El crooner es un viejo conocido de Somoza, con el que comparte la meta de hacer "música para nostálgicos". Triste papel o Sabor a mí son algunas de las piezas de la fusión, sobre la que el dúo planea una segunda parte.

Una amistad de décadas

Fue a finales de los 80 cuando los dos músicos se encontraron. "Coincidimos un verano en Los Satélites. Yo ya me había ido, pero me llamaron para que echara una mano", recuerda Sedes. Al coruñés le entra la risa al recordar a aquel "clarinete cohibido" que tocaba La pantera rosa con 16 años. "Yo era muy tímido", reconoce el aludido, que se vio empujado por el vocalista a ponerse frente al micrófono para realizar su solo.

La diferencia de edad„ se llevan un cuarto de siglo„ no impidió que se hicieran uña y carne. Con los años ambos observaron la carrera del otro, en unas décadas en las que el saxofonista se fue haciendo cada vez más extrovertido y, el crooner, "cada vez más nervioso". El que fuera líder de Los Satétiles asegura que siempre le tiembla "la pierna izquierda", pero que le dura "el empezar a cantar". La tensión no le impide embarcarse en nuevos proyectos, como el disco que ya "sueña" con la Garufa Blue Devils, o la biografía que„ a propuesta de Somoza„ está registrando con la ayuda de Antón Reixa.