Las palabras son el mejor pasaporte para la empatía. Así lo entiende Santiago González, que fabula realidades paralelas para mostrar el mundo desde otro punto de vista. En El carámbano rojo, su última obra, el escritor afincado en A Coruña imagina un pasado en el que la República, y no Franco, domina la posguerra. Se trata de su tercera novela, después de Serendipias y El sueño de Gark.

¿Seríamos muy distintos si la República hubiera triunfado?

Pienso que habría cosas distintas por el sistema, pero que los españoles seguiríamos con nuestras tradiciones. Te pongo un ejemplo claro. En el comunismo la religión católica está prohibida, y yo muestro un mundo en el que una parte de la población sigue yendo a las iglesias„ ahora museos o bibliotecas„ para hacer sus rituales de forma clandestina. Es una forma de ver a la sociedad española en un contexto diferente al que tuvo.

No solo la española. En su universo el capitalismo es minoritario a escala global.

Sí. Rusia es una de las grandes potencias después de la Guerra Mundial, y España forma lo que llamo conferencia de repúblicas ibéricas, que están asociadas a la Unión Soviética en 1959.

Son muchos los autores que hoy recuperan esa posguerra, ¿la literatura se ha quedado encajonada en la etapa?

Sí, yo tengo la sensación de que se escriben muchas obras ambientadas en la época de Franco. Pero yo he querido hacer una ucronía, darle la vuelta a la historia. He partido de otro autor, Philip K. Dick, que contó que la guerra la había ganado Alemania y Japón en El hombre en el castillo. No es una novela histórica, y tampoco quería que fuera un ensayo, porque son temas delicados que todavía no hemos superado del todo.

¿Ha querido tender puentes?

En efecto. Al final de la novela hay un mensaje conciliador...

¿Ve posible esa reconciliación fuera de la ficción?

En el contexto actual no lo veo. Tendría que ocurrir algo que nos uniera, porque parece que estamos cada vez más enfrentados.

Sus libros siempre ficcionan realidades alternativas. Diría que esta no le convence.

Llevas razón, las sociedades actuales no me convencen. Por eso en todos mis libros busco una crítica, hacer ver al lector que las cosas podían ser diferentes.

¿Qué le ha convertido en un hombre de tantos 'y síes'?

(Ríe) La verdad es que siempre me gustó escribir, pero nunca me sentí capacitado para ello. Pero en el 2015 me puse a teclear, y ya no paré. Escribir te engancha, aunque también tiene sus sinsabores. Pero mi mente se abrió a estas historias.

Y eso que usted es de ciencias, no de letras...

Sí, yo estudié estadística para ganarme la vida con una profesión que tuviera futuro. Lo conseguí, me vine a A Coruña con un buen puesto y me metí en una vorágine de trabajo muy fuerte. Pasaba doce horas en mi empresa, he tenido momentos muy difíciles. Ahora estoy más tranquilo. En ese sentido, escribir me ha dado a mi edad una nueva vida.