Empezó en la calle Olmos. Pronto se extendió por la zona, y prendió con voracidad en los telones de los teatros, en el interior de los camerinos y en los estudios radiofónicos. Aquel fuego de 1982 crecería hasta hacerse imparable, pero comenzó como una pequeña llama que había que alimentar. Fue en esa calle estrecha, que hoy los coruñeses riegan con vino después de sus jornadas de trabajo, en la que surgieron las primeras chispas, de la mano de un puñado de actores, locutores y técnicos que no querían perder un tren cuyo destino no conocían del todo.

El doblaje en Galicia era una estación extraña por entonces. Lo recuerda bien José Antonio Jiménez, que participó en aquella primera hornada de artistas que decidieron prestar sus voces a la ficción. El intérprete fue uno de los invitados a formarse en la nueva disciplina, que comenzó a fraguarse con un sencillo curso entre San Andrés y la calle Real. Lo que ocurrió a partir de aquel día lo ha recogido en San Dalmacio, un segredo a voces, un filme sobre los 37 años que la industria lleva latiendo en la comunidad, y que repasa las victorias y sinsabores de su recorrido.

El documental tendrá su estreno esta tarde a las 17.00 horas, en el Fórum Metropolitano. Se trata de un total de tres horas y media de metraje, que condensan la narración de lo que para muchos ha sido toda una vida. Su director, Jiménez, ha tirado de esas hebras para enlatar la historia de los dobladores gallegos que el tiempo empezaba a desdibujar. Son 38 los que se han puesto ante las cámaras para contar su experiencia en el sector, un proceso al que han contribuido el montador Fran Naveira y algunos voluntarios de la Escuela de Imagen y Sonido.

Matilde Blanco, Antonio Simón, María Gómez y Luisa Merelas fueron algunos de los accedieron a rememorar su pasado. La mayoría son de la quinta de Jiménez, de los que decidieron saltar del trampolín cuando el doblador Juan Guisán dio la llamada. A principios de los 80, el intérprete llegó de la capital siguiendo los rumores de la creación de una televisión autonómica gallega, y con la promesa de un nuevo sector en la boca. "El doblaje en Madrid estaba mal, y decidió montarlo aquí, donde no sabíamos ni qué era", recuerda el director, que estrenó la industria en el estudio que Silbino Fernández cedió en Médico Rodríguez.

El primer largometraje al que dieron voz fue Las Bacantes. Se trató de un doblaje en vídeo, con materiales "antiquísimos" pero con mucha ilusión. Jiménez evoca con un especial cariño la sensación de ver cómo su voz "rellenaba a los personajes", una magia que aún ahora, a sus 72 años, no ha sido capaz de abandonar. Los medios con los que hoy se encuentra son muy distintos a los que manejó de joven, cuando "no había nada creado" y donde todos, tanto el más como el que menos, tuvieron que aprender "sobre la marcha".

"Fuimos construyendo la industria según avanzaban las necesidades. Entre ellos el patrón de los dobladores, San Dalmacio, que era un santo que hablaba mucho", explica el director. En su documental, el intérprete detalla en profundidad la elección del icono, que no quiere desvelar hasta el estreno. Ha sido un camino largo hasta el debut como para estallar antes del visionado la burbuja, que el equipo ha inflado durante dos años con el propio bolsillo y el buen ánimo como único motor.

San Dalmacio, un segredo a voces no es el primer proyecto audiovisual de Jiménez, pero no nació para convertirse en filme. "La idea era recoger las opiniones de cada doblador para que alguien pudiese investigar la historia del doblaje en Galicia, pero muchos me animaron a dar el paso", cuenta. El rodaje de las entrevistas le llevó ocho meses, en los que tuvo que hacer malabares para encajar los horarios de la Escuela de Imagen y Sonido con la agenda de los actores. Los obstáculos que hubo que sortear conforman un espejo de los de la propia industria del doblaje, que no halló ante sí solo terreno llano en su desarrollo.

Además de los medios escasos y de la inexperiencia, el sector tuvo que hacer frente a cuestiones como la ausencia de un convenio, por el que pelearon a golpe de piquete. Jiménez cita con orgullo aquel documento que "no había ni en Madrid", y que hermanó en un mismo papel a dobladores, técnicos y traductores. La lengua en la que se grababa supuso otra de las batallas a luchar. Fue en el 84, con el nacimiento de la Televisión de Galicia, cuando se pudo finalmente doblar al gallego, con filmes como El mundo de Beakman, Dallas y Magnum como avanzadilla.

Un arte en movimiento

Durante años, Jiménez suministró junto a sus compañeros productos para la cadena autonómica. "Es lo que más hizo para levantar el idioma y evitar que desapareciera. Hoy ya no se dobla al gallego, y la lengua se resiente", lamenta el actor. Frente a "las políticas monetarias" que "potencian más el audiovisual en detrimento del doblaje", Jiménez aún puede ver los tiempos dorados del género, en el que se vivían jornadas frenéticas. "Nos hemos pasado tranquilamente nochebuenas, fines de años y san juanes rodando, porque la televisión necesitaba llenar sus huecos", cuenta.

Hoy, el trajín ya no es el mismo, y tampoco el ambiente. Los doblajes actuales son más "limpios", con un sonido mejorado gracias a la grabación individual de cada actor en cabina y a una mejor organización. Con las tecnologías, todo el panorama ha cambiado. "Antes no teníamos móviles, así que contactaban con tu mujer o con tu jefe para convocarte. Además, en cada estudio había cuatro o cinco salas, y era un cacao, porque en producción no se ponían de acuerdo de a dónde tenías que ir", explica.

El director siente nostalgia por esa época, en la que los intérpretes se apiñaban en un mismo espacio y se prestaban el micrófono para replicar. Reconoce que ahora "queda todo más bonito", pero que antes "eran una gran familia", aunque aquella "camaradería", apunta, "durará para siempre".