Cuando su padre se sentaba en las butacas del cine „un acto que suponía una de sus mayores aficiones„ le decía que una película, para ser buena, debía hacerle reír o llorar. Hoy, años más tarde, Luis Denis Crispín no sabe si su escritura es elevada, pero le alivia el haber cumplido la regla que su progenitor le imponía al séptimo arte. Paraños ha arrancado lágrimas a algunos editores, y ha suscitado comparaciones con los grandes. El autor, afincado en A Coruña, reflexiona en él sobre el amor y la soledad, a través de 526 párrafos.

Iba en busca de una novela y le salió un puzle.

Empecé una novela, pero estaba quedando muy triste. Y mientras no tenía otra idea, fui escribiendo pequeños apuntes de la vida diaria. Me daba vergüenza publicarlos, porque son muy intimistas, con humor surrealista y prosa poética. Algunos han encontrado similitudes con Julio Cortázar, pero yo tenía otros referentes.

¿Cuáles?

Yo admiro mucho a García Márquez desde que leí El amor en los tiempos del cólera. ¡Cómo habla de la pasión...! A Cortázar, sin embargo, jamás lo leí. Por su semblante no me pareció un hombre tierno que hiciera prosa poética, pero sabes que la imagen que el autor da es una cosa y cómo escribe es otra.

¿A usted le ocurre?

Quizás, no lo sé. Lo que sé es que voy a las presentaciones y me dicen que soy una persona muy asequible. ¡Pero es que solo faltaría que me fuera de superestrella! Yo no me creo nada. Hace muchos años que quería escribir, pero no me sentía maduro, y ahora estoy agradecido de que la gente me lea.

Les narra a párrafos, ¿la literatura está condenada a la píldora?

Yo creo que sí. Pero también se debe a que soy un escritor que no tiene paciencia para narrar. Si tengo que escribir así me aburro soberanamente. Mi lenguaje es más concentrado, escribo como El Zorro cuando hacía una z con su espada. Es una escritura que sale de dentro, y que no se ha corregido.

Eso resulta curioso. Pocos autores se resisten a enmendar a su yo del pasado...

Yo es que tenía resistencia a publicarlo, y eso ya explica que ni corrigiera (risas). Este libro se escribió a la sombra de un semáforo, en la parada de un bus y en un vagón de tren. O al abrir el ojo bueno aposentado en la cama... Nada es impostado.

¿La escritura se manufactura demasiado hoy?

Mira, yo estuve en unas jornadas en las que participaban editores de varios países. Y alguien salió a hablar de unos famosos premios. Y decía: "El primero es para una persona que ya ha vendido y tiene un nombre. El segundo es realmente el que para mí es el bueno. Y, a partir de ahí, ponen 15.000 euros cada uno para estar en la lista de los 10 primeros".

¿Y usted coincide?

Yo no sé si es verdad, pero imagino que tal como están los tiempos... Pero yo no buscaba eso. Lo que yo quiero, como decía Cunqueiro, es que la letra sepa a pan. Yo quiero que sepa a empanada, que tenga contenido. Y lo tiene.

Dar sustancia le llevó cinco años. ¿De qué alimentó su pluma durante ese tiempo?

De la observación y de mis vivencias. Y luego hice un batiburrillo. Lo que he conseguido es que sea como una pequeña enciclopedia literaria en la que puedes encontrar un poco de todo.

Entre los ingredientes, Ourense está muy presente. El mismo título hace referencia a su tierra natal, a O Paraño...

Sí. Yo nací en Leiro, pero la juventud la pasábamos de fiesta en Carballido. De ahí a Pontevedra había que cruzar por ese páramo. No es que O Paraño marcara definitivamente mi vida, pero mis primeras vivencias las pasé por ahí. El título iba a ser el de la otra novela, pero no renuncié a él... Y para la próximo tengo uno larguísimo [ El señor de Prado Ferro o el zascandil retratista].

¿Ha desechado abordar el independentismo canario, como pretendía?

Sí, renuncié a ello. En mi profesión conocí a Antonio Cubillo, que en la época de la Unión de Centro Democrático (UCD) creó un grupo armado independentista. Él empezó a contarme batallitas, me dijo que alternó con el Che, al que le preguntó cómo enfocar la lucha armada. Pero a medida que fui investigando paré, porque no estoy aquí para destruir un mito [el del Che].

¿Por qué lo ha intercambiado?

Por el señor de Prado Ferro, un personaje que parte de la Toscana y viaja por el mundo. Es un retratista que procede de familia acomodada venida a menos, y que se dedica a retratar muertos como fuente de ingresos. Quienes lo han leído dicen que es más fluido, mejor que Paraños.