Entre 1973 y 1986, la cinematografía española produjo 1.300 largometrajes, que acabaron conformando un crisol de temas, formas y perspectivas divergentes. El historiador de cine y catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidade de Santiago, José Luis Castro de Paz, se sumerge en la efervescencia de aquella época con su libro Formas en Transición. Algunos filmes españoles del periodo 1973-1986, que presentará este viernes a las 20.00 horas en la Fundación Seoane dentro de un acto organizado por el Ateneo Republicano.

¿Qué cambios sufre el cine durante la Transición?

Para empezar, la desaparición de la censura, y la adopción de las normas cinematográficas de los nuevos tiempos. Hay que pensar que la Transición comienza en un momento en el que la televisión se está quedando con el mercado del cine, cuando las películas de los 60 llevaban a la pantalla a tanta gente como hoy puede seguir Cuéntame. Es un cambio social, económico y político, y en el cine coincide todo con la voluntad de los directores de hablar del presente y de ajustar cuentas con el franquismo. En general, hay películas sorprendentemente vanguardistas.

El recuerdo para muchos es el de filmes de mala calidad...

Es que hay muchos que son de mala calidad. Pero no conviene desdeñarlos por ello, porque sociológicamente son muy relevantes. Por ejemplo, el ciclo de exitosas películas de Paco Martínez Soria, hablan de ese señor de pueblo con sentido común que intenta aleccionar a unos jóvenes que se están yendo de madre. Son películas muy reaccionarias en tanto que ese sentido común no es otra cosa que el sueño del patriarcado franquista. Después, también están las grandes operaciones estéticas que se construyen en ese momento.

¿Ha sobrevivido en la pantalla actual ese espíritu de experimentación?

En absoluto. El cine español en general se adocena. El grueso de la producción española en los 80 y los 90 entra en una especie de ciclo de películas que se parecen demasiado unas a otras, que tienen mucho resabio televisivo y poco trabajo en la puesta en escena. Pero en los años 70 no había límites. Todo el mundo quería hablar, y se atrevía a hacerlo saliera bien o mal. Es el momento del nacimiento de Almodóvar, por ejemplo...

¿Merece la controversia que suscita su figura?

Yo creo que con el tiempo se vio que no era solo parodia y pastiche, sino que su reciclaje de materiales desde el pop hasta la tauromaquia, pasando por la copla, dio lugar a una de las escrituras más relevantes.

En el libro, analiza su filme ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Prostitución, drogas, machismo... ¿Antes eran temas vedados?

No es que no se tocaran, pero se trataban con mucho cuidado, y nunca en primer término, porque eso sería jugártela a que te prohibieran la película y te arruinaras. En la Transición, sin embargo, salen a la luz. Se cae esa máscara. Por ejemplo, Queridísimos verdugos habla de los verdugos del franquismo, a los que se entrevista delante de la cámara.

¿El tono conciliador de la Transición no tuvo su réplica en el cine, entonces?

No, las posturas estaban marcadas. Había un cine de posiciones más o menos centradas, que eran críticas pero sin pasarse. Y, después, toda otra serie de películas que hablaban bien desde la extrema derecha o desde la extrema izquierda. Hay incluso piezas desencantadas con la Transición desde muy pronto, que no creen en el proceso. Esto es lo que no podía soportar el Estado, porque parece que el cine se le escapa de las manos. Hay cada filme que uno lo ve hoy y le resulta sorprendente que se hayan podido decir esas cosas.

¿Ahora no pasarían el filtro de la corrección política?

No. Aunque eso está empezando a pasar casi con cualquier obra. Casi no hay ninguna película de Hollywood que no tenga elementos machistas o patriarcales. Una de mis obras favoritas, Vértigo, de Hitchcock, acumula peticiones para ser eliminada del canon de los grandes filmes de la historia porque trata de un hombre fetichista. Desde ese punto de vista, muchas películas antiguas no serían posibles hoy. Tampoco hay posibilidad de hacer una pieza de ese tipo. Ahora el cine es menos arriesgado, pero en la Transición era un arma al que se le daba más valor de intervención.

¿Tenía el mismo peso en Galicia?

En Galicia solo se hicieron unos pequeños intentos. Durante 40 años no había podido atisbarse siquiera la posibilidad de un cine gallego, y nació muy poco a poco. Nuestro cine en ese momento trabaja más con nuestras grandes heridas históricas, como son la emigración o el dolor del campo. No es exactamente igual que los cines nacionales del País Vasco, mucho más vinculado a la lucha ideológica.

Al igual que entonces, hoy nos encontramos en un momento de cambio político, ¿el cine lo está reflejando?

(Lo piensa) El grueso del cine español sigue trabajando en sus comedias más o menos acomodadas. Pero incluso películas que parecen intrascendentes como Ocho apellidos vascos en el fondo están hablando de cómo ETA ha dejado de matar. Por primera vez, esos temas que producían angustia en la sociedad se convierten en materiales que pueden ser utilizados para la risa. Pero no es un cine que tenga todas estas transformaciones en el centro de su atención.