Una fiesta sorpresa siempre es un tema peliagudo. Los invitados deben guardar silencio, y la organización fraguarse de forma clandestina, con el fin de mantener en la inopia al homenajeado. Si el lugar escogido para el festejo es el teatro Colón, y se espera a cientos de espectadores y a todo un elenco de música, la empresa se complica. "Lo llevábamos con discreción, pero se lo dijimos porque se iba a acabar enterando", dice Rogelio Groba, uno de los artífices de la celebración del cumpleaños de su padre, Rogelio Groba Groba.

El director de la Orquesta de Cámara Galega lleva toda la semana ensayando para brillar esta tarde sobre las tablas. La ocasión merece el mayor de los esfuerzos, porque el número de velas en la tarta no será una cifra cualquiera. El compositor pontevedrés cumplirá 90 años, casi un siglo dedicado a las partituras. A las 20.30 horas, se sentará en las butacas de la Marina para escuchar algunas de las más de 720 que componen su catálogo, entre las que destacan la Sinfonía número 6 o Historia galaica, que tendrá su estreno coruñés 14 años después de haber escrito la última nota.

Peculiaridades, un concierto para clarinete, y Soatiña, pensado para cuerdas, teñirán con sus allegros y mazurcas el resto del concierto. Al recital también asistirán como solistas la italiana Elisa D'Auria y el griego Spyros Kakiolas, dos salpicaduras extranjeras en una paleta de espíritu gallego. Dice el hijo del autor que las obras son "tres pinceladas" del modo de crear de su padre, que siempre respiró Galicia. "Desde niño la música se convirtió en un medio para elevar nuestra riqueza etnográfica a un estatus universal. Componer en mí es la esencia de mi existencia", revela a su vez el homenajeado.

Para el director, su padre "ha alzado la galleguidad a su máxima expresión, y de una forma natural". Es una cuestión de sentimientos, lleva su amor por la cultura como parte de su ADN", apunta. Influye en la querencia el "vergel" de Guláns en el que nació, y su costumbre de imaginar música de cara al Atlántico. Cuando Groba lo observaba, asomado por la puerta de su estudio, lo encontraba invariablemente inclinado sobre la mesa, escribiendo frente a su ventana con vistas a Riazor.

No era raro, ni lo es ahora, tropezarse en aquel cuarto con otras firmas. Por el imaginario del pontevedrés han paseado de forma habitual los acordes de músicos como Bach, "uno de sus compositores de cabecera". En el recital, como interludio entre partituras de Groba, sonará su Aria de la suite en re. Antes habrá cabida para el Andante festivo de Sibelius, e incluso para un guiño a Haendel, al que el autor adapta en Sarabanda.

Los artistas han resultado compañeros desde sus inicios tocando el flautín en el pequeño grupo de A Unión, hasta su conquista de Suiza o la labor que realizó en A Coruña. En la ciudad, el gallego dirigió la Orquesta Municipal y fundó la del Conservatorio Superior, del que tomó las riendas y en el que dio clase. Los años desde entonces le han cambiado por fuera, aunque no por dentro. Además de "una cabeza activa" y mucha "entrega", Groba conserva una pasión que es casi "necesidad biológica", y que se adivina cada vez que pronuncia una de sus más reiteradas frases: "Tengo ganas de escribir".

Galicia, a espaldas de su arte

El director de la Orquesta de Cámara Galega es también el impulsor de la Fundación Groba, en la que trabaja por preservar y difundir el legado de su padre. Se trata según dice de una tarea ardua, porque "vivimos de espaldas a nuestros creadores" y porque en cuanto a "referencias de altura estamos un poco despistados". El músico denuncia las dificultades a la hora de divulgar las obras, que se estrellan muchas veces con "la envidia, el deporte nacional". Como contrapartida, su orquesta rasguea cuerdas y pulsa teclas desde hace 25 años, un aniversario que festejará con un espectáculo que aguarda realizar de nuevo en el teatro Colón.