Han pasado más de 40 años, pero para muchos Ana Torrent (Madrid, 1966) sigue siendo aquella niña que imaginaba monstruos en El espíritu de la colmena. Sus ojos "grandes", que "parecía que estaban mirando profundamente", la lanzaron temprano a la pantalla, y a una carrera que siguió "por inercia" hasta que acabó por conquistarla el escenario. A él, con Todas las noches de un día, vuelve a subirse junto a Carmelo Gómez en la piel de Silvia, una mujer atormentada por su pasado que desaparece de su casa. En el hogar quedará solo el jardinero, que reconstruirá su historia de amor este viernes y sábado en el Teatro Rosalía (20.30 h).

¿Hablamos de teatro o de poesía con esta obra?

(Risas) Pues de un teatro con un lenguaje poético. Ellos describen las cosas de una forma que no es la coloquial. Yo siempre pongo de ejemplo una frase que al principio me costaba: "Me quedé sola y todo se hizo enorme, como si la tristeza hubiera empujado las paredes fuera y ensanchado las puertas". Con palabras normales no lo podrías explicar igual. Esto llega mucho más, a los sentimientos.

Dice la crítica que Silvia es el papel más completo que ha afrontado.

(Piensa) Posiblemente sí. Ha habido otros personajes con mucho recorrido, pero este es una mujer que en la función se muestra de muchas formas. Hay una Silvia seductora, otra con una rabia de vivir tremenda y otra que se cae de dolor...

¿Cuál siente más cercana?

Cada uno tiene un poquito de todo. Silvia es muy luchadora, y creo que yo también lo soy. Aunque es un tipo de lucha de una persona que ha sido muy herida. Ella huye de ese dolor escondiéndose en un invernadero.

¿Usted también tiene un refugio de la vida, como aquel jardín?

Tengo dos, yo creo. Uno es la familia, y otro es el teatro, precisamente.

¿El teatro?

Sí. Cuando llegas a los ensayos te olvidas de todo. Es como el sitio en el que creas otra vida y dejas de darle vueltas a las cosas.

Pero la interpretación no siempre fue una liberación para usted.

Sí. Tenía un pasado que pesaba mucho, porque hice unas películas que fueron importantes y parecía que siempre iban a comparar. El espíritu de la colmena, Cría cuervos... Pero creo que la gente ya ha visto mi trabajo. Cuando me fui a estudiar y a prepararme me dije que tenía que demostrar que era actriz. Lo tuve que trabajar, y asumir que por un lado era una cosa buena lo que me había pasado de niña, pero que por otro condicionaba mi carrera de mayor.

¿Sentía que le habían marcado el camino?

Completamente. Por el tipo de familia de la que venía y mi carácter, dudo que me hubiera dedicado al cine si no hubiera sido porque me eligieron en el colegio. Lo mío no era una vocación para nada. Es más, era muy tímida. Tuve que trabajar para subirme al escenario.

¿Qué le convenció?

Descubrir el placer de jugar a otras vidas. Supongo que esa es la parte más atrayente de la profesión. Aprendes mucho de las personas dedicándote a esto. Y a mí me gusta comprender y ser más abierta.

Aun así, no ha logrado quitarse el San Benito de chica misteriosa...

Sí, y no sé muy bien por qué. Puede que porque no me expongo tanto. Me refugio bastante en ese sentido, no soy una persona que vaya mucho a los eventos y se deje ver. O quizá sea la mirada, que lleva a eso. Una vez me dijo alguien „y yo siempre he pensado que tiene algo de razón„ que la gente pone en mi mirada lo que de alguna forma quiere ver.

Durante mucho tiempo vivió a caballo entre Estados Unidos y Madrid. ¿Cómo llevaba el nomadismo?

Iba y venía. Estados Unidos era mi casa, porque mi pareja es americana. Ahora me suelo ir en navidades o en verano, porque tengo una hija que desde hace 8 años empezó el colegio aquí. Así que ahora paso casi todo el año en Madrid.

Fue donde rodó la Tesis

Sí, sí. En cuanto leí el guion y me reuní con él, pensé: "Uy, este chico...".

¿Promete?

¡Lo tiene todo clarísimo! (ríe). Se veía que tenía una cabeza muy privilegiada para esto, y no dudé. Era un cierto riesgo, porque en ese momento nadie hacía ese tipo de cine. De hecho, lo que más escuché durante mucho tiempo era que no parecía una película española.

¿Qué salvaría de aquel viejo cine de los 90?

Los filmes de autor, una serie de producciones que ahora serían impensable hacer. Hoy es más industrial, los producen las cadenas y los resultados tienen que ser inmediatos. Antes había otro concepto de cine, era otra cosa.

Hoy parece que las grandes figuras de la pantalla están migrando al escenario, ¿el teatro es el último bastión que queda?

Cada actor tiene sus motivos para ese cambio, pero sí que es verdad que, a partir de unas edades, hay muchos menos personajes. El cine y la televisión cuentan mayoritariamente historias de gente joven, y esos actores que tienen un buen peso giran hacia el teatro. Allí no importa si te ha salido una arruga o no. Pero fíjate en el cine. A ver cuántos personajes potentes de mujeres de 60 años hay.