Clasicismo, romanticismo, contemporánea y ópera. Josep Pons (Puigreig, 1957) se ha embebido en su carrera de todos los estilos, que ha cultivado a la batuta de formaciones como la Orquesta Ciudad de Granada y la Orquesta Nacional de España. Desde 2012, el catalán ejerce de director musical del Gran Teatre del Liceu de Barcelona, que conduce tras responsabilizarse en el 92 de los Juegos Olímpicos de la urbe. Este viernes 31 de enero y también el sábado 1 de febrero, el músico se pondrá al frente de la Sinfónica para compartir un programa de Kodaly y Bartók en el Palacio de la Ópera (20.30 y 20.00 horas respectivamente), al que llegará avalado por un Premio Nacional (1999) y la reciente Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

¿Qué dirá este concierto de su modo de entender la música?

Quizá sería el programa en sí lo que hablaría de mí. Mahler decía que en la partitura está todo menos lo esencial, por eso esta es mi visión. Yo no acostumbro hacer obras con las que no tengo una cercanía, aunque no me ocurre con todas. Por ejemplo, el Concierto para orquesta de Bartók hace una burla de Shostakóvich como si fuera afín al régimen ruso y yerra. Esa figura de la risa aparece mucho. A veces el público no las identifica, pero los compositores escriben risas con las que la orquesta se carcajea tocando.

También dirigirá a Kodaly. Son dos compositores con gusto por el folclore...

Sí, eran amigos. Kodaly era su colega y compañero de búsqueda de música popular. Hicieron una labor de salir al campo, de grabar a los campesinos que cantaban. El folclore ha sido la fuente de inspiración siempre, pero ahora los compositores contemporáneos se han quedado en una onda mucho más intelectual...

Usted ha tenido siempre debilidad por esa música del siglo XX. ¿Por qué lo moderno ha perdido la confianza de los espectadores?

Ha habido una desconexión, y no hay una razón única. Hay una responsabilidad de los compositores y también del público. Está claro que el compositor debe ser honesto y expresar lo que siente, pero a veces en la música contemporánea ha habido un afán por querer ser diferente. Esto ha puesto encima de la mesa obras que posiblemente tendrían que haber madurado todavía y que no era el momento de que salieran.

¿Y qué le achaca al público?

Que va a lo fácil. Una inmensa mayoría usa la música como entretenimiento. Pero yo pienso que la música es una verdad, y que incluso te puede infundir conocimiento. Una buena escucha de una obra posiblemente te aportará algo, pero pide oyentes inteligentes que no quieran solo pasar el rato.

Decía el director de la Orquesta de Cámara Galega que las formaciones se habían quedado encajonadas en los mismos autores de siempre. ¿Hay un cierto conformismo en el mundo sinfónico?

Sí. Las discográficas, sobre todo, hicieron la selección, ya no de unos autores, sino de sus obras. Ha habido un dictamen sobre el repertorio y la mayoría de programadores han caído de cuatro patas ante él y lo han incorporado. Pero hay que poner obras nuevas, es una obligación. En ese sentido, los programadores de museos han sabido hacerlo mejor didácticamente, porque vamos en masa a ver exposiciones de Bacon y autores abstractos.

Usted lleva unos años absorbido más por óperas que por conciertos con el Liceu. ¿Le costará marcharse de casa tras tanto tiempo en ella?

Pues se me ha hecho corto, ¿eh? Si me marchara ahora, echaría de menos tener un coro para hacer cosas. Todavía me quedan dos años, pero nuestra vida es tan nómada... Pienso que habría estado mejor en la época en la que un director pasaba la vida en una ciudad, sin estar viajando todo el tiempo.

Cuando comenzó en esto no soportaba esas distancias. ¿Perdió oportunidades por el apego?

Decenas. En mi vida he dicho mucho más no que sí. Y a titularidades también. A mí me ofrecieron la del Teatro de La Fenice y dije que no, porque tampoco me veía. Me proponían para el estreno de la Tosca y yo no había hecho ninguna, y pensé que me iban a crucificar. También rechacé muchos proyectos de ópera, porque no me apetece hacer una carrera de dos meses en una ciudad y dos en otra. Además, en España estábamos muy alejados de lo que estaba sucediendo en el resto de Europa, y pensé que, si nuestra generación no decidía quedarse y trabajar aquí, nunca alcanzaríamos el nivel.

El nivel se demuestra en el escenario. ¿Cuál es el trabajo del director que no se oye?

Hay muchos. El director debe dirigir con la batuta, pero a la vez debe marcar la dirección, decir cuál es el sonido que debemos buscar y qué orquesta queremos. Yo creo en el director humanista, en el que aporta más...

"O haces lo que hace todo el mundo, pero mejor o diferente, o haces lo que no hace nadie", ha dicho. ¿Por qué ha optado usted en su carrera?

A mí me han interesado las tres. He intentado buscar una personalidad propia, que sería una combinación de las dos primeras. Y también ha habido una búsqueda de un cierto repertorio. Pero creo que lo que más me ha catapultado ha sido revisitar las composiciones de Falla. Aquí lo hemos hecho como si fuera música francesa, edulcorado... Un error. Yo he perseguido la autenticidad en nuestra música.