Si hay un grupo que ha sabido reconstruirse, ese ha sido Los Secretos. La banda lleva décadas en la carretera, pero han sido muchos los baches que ha sorteado, debido a un duelo que les ha rondado más que a la mayoría. La formación ha tenido que afrontar la muerte de tres de sus miembros, entre ellos Enrique Urquijo, compositor y cantante. El año pasado, en el 20 aniversario del fallecimiento del artista, los madrileños mostraron una vez más su resistencia con el disco Mi paraíso, que interpretarán este sábado a las 21.00 horas en el Palacio de la Ópera.

¿Qué hay en su paraíso?

El paraíso de Los Secretos es el público y el sentimiento que ha desarrollado hacia nuestra música. Una cierta zona de confort en la que vivimos. Hemos estado al margen de modas y de los grandes marcadores del éxito, pero hemos podido desarrollar una carrera libre, sin la mercadotecnia que rodea al mundo del espectáculo.

El álbum, sin embargo, peca de cierta melancolía...

Porque habla de una pequeña queja. Llamamos irónicamente paraíso a nuestro planeta, porque está muriendo gente en guerras, estamos calentando la Tierra, fastidiados con muchísimo odio... Parece que siempre habrá dos bloques en la historia de la humanidad. Yo, que llevo años viendo cómo son las cosas, muchas veces quiero buscar una puerta de atrás para protegerme y vivir en esa casa que abandono tanto.

Ya lo canta en Entre mil caras

Es que viajar lo llevo cada vez peor, porque alejarme de mi hogar es algo que me gustaría que no ocurriera tanto. Cuando pasan los años, piensas que podrás acomodarte y hacer otras cosas, pero veo que no tengo tiempo. Antes lanzabas un disco y si querías girar girabas, pero ahora las tendencias económicas que rodean la música se han desparramado.

En los 80 se quejaban de que "todo sigue igual", ¿hoy ha cambiado demasiado?

Sí, pero la música es puro cambio. Hace 10 años yo firmaba un contrato donde no se hablaba de Internet, y ahora todo lo que se consume va por ahí. Tengo en el estudio un cuarto lleno de aparatos que ya no sirven para nada...

¿Esa obsolescencia programada afecta también a los artistas?

Sí. Cuando la música solo es un producto, tiene fecha de caducidad. En el mercadeo van cambiando a unos grupos por otros. Los Secretos nunca hemos estado en esos puntos de popularidad, pero es que nunca hemos buscado el éxito por el éxito.

Y siempre han mantenido su sonido. ¿Abrirse a otras cosas les habría dado más fuelle?

Yo creo que al contrario. La identidad musical no es conformismo, sino lo difícil de hacer. Yo recuerdo que de joven, oyendo los discos, noté que había un sonido que me gustaba en artistas como The Byrds. A los 16 años vi una guitarra de doce cuerdas, y pensé que era eso. Mucho del sonido de los 70 y de ahora se debe a que en aquella época solo tenía esa, y lo tocaba todo con ella. Luego vinieron los Sex Pistols y The Clash, en los 80...

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¡Nos volaron la cabeza!

¿Por qué eran "los tristes" de la época?

Porque la crítica y los medios valoraban más a los que se disfrazaban y se ponían pelos de punki. Nosotros éramos más predecibles, íbamos como aparte. Ahora lo que hay es una confusión entre la fama y la profesión. Hay gente con millones de seguidores que no sabe tocar una guitarra y que lo único que hace es sacarse fotos. A lo mejor fue un error por nuestra parte no tener un pie puesto en esa ambición, pero nosotros apostábamos por la música.

Su padre no quería que lo hicieran. ¿Los Secretos fue una rebeldía juvenil?

Mi padre era un aficionado a la música tremendo. Pero quería que estudiáramos. Por eso, mientras hacíamos el Déjame y Sobre un vidrio mojado, estábamos pensando en los estudios. Pero a partir del 83 ya fue inviable, con la mala suerte de que, habiéndolos dejado, murió Pedro [Antonio Díaz, batería]. Ahí mi padre se enfadó bastante, porque veía que no era una carrera de futuro.

Habla de tan solo una de las muchas reconstrucciones de Los Secretos. ¿Dónde ha encontrado las fuerzas para volver al escenario tras cada golpe?

Pues en la propia música. Cada vez que hubo un bache de esta índole, había un sentimiento de decir: "Vamos a hacer que sus canciones duren". Y también creo que parte de las fuerzas nos las ha dado el público. Cuando murió mi hermano Enrique, yo lo llevé fatal. Había estado un año sin tocar, y sin escuchar un disco ni la radio, pero se nos ocurrió hacerle un álbum homenaje a mi hermano. Me di cuenta de que la gente pedía volver a vernos. Y ese reencuentro fue como reencontrarme con la vida.