Un tiroteo en una aislada carretera de Cauca es el punto de partida de la nueva novela de Santiago Gamboa, Será larga la noche, con la que regresa al género del thriller para internarse en una investigación de la mano de la periodista Julieta Lezama. El escritor, que comparte profesión con su protagonista, echa mano del suceso para retratar la Colombia posterior al Acuerdo para la Terminación Definitiva del Conflicto con las FARC, y para poner sobre la mesa los largos tentáculos que hunden en la sociedad las Iglesias Evangélicas. Este miércoles 5 de febrero, a las 18.30 horas, Gamboa estará en la UNED de A Coruña para hablar de su obra, dentro del ciclo La creación literaria y sus autores: Encuentros con escritores que organiza el Centro de Formación de Recursos de A Coruña.

Plegarias nocturnas, Volver al oscuro valle o Será larga la noche . Lo sombrío ronda su literatura.

Es que en América Latina la realidad es oscura y sombría. Basta con ser realista para que la novela se te convierta en novela negra. No es mi caso en esta, porque yo de forma muy racional elegí hacer una historia de investigación, que es uno de los mejores formatos para tomarle una fotografía del presente. Como regresé a Colombia hace 5 años, en este libro puse todo ese deslumbramiento y frustración por lo que hallé a mi regreso.

¿Reconoció la Colombia a la que volvió?

Es una Colombia muy diferente. Mejor en muchas cosas. Hay un poco más de justicia social, de respeto por los derechos humanos. Todos estos debates de la agenda del siglo XXI están, y eso es una diferencia enorme respecto a la Colombia de los años 80 de la que me fui. Será larga la noche es un intento por comprender mejor esa Colombia de hoy, porque no quise más esa vieja nación del narcotráfico, de la guerrilla... Quise mirar algo nuevo.

Por ejemplo, la fe, uno de los corazones de América Latina...

Sí, las iglesias evangélicas y todo su poder político y económico... Claro que ya no es un problema solo colombiano. Todos los países de América latina están siendo tomados por las iglesias evangélicas. Mira lo que pasó en Brasil, fueron fundamentales para la elección de Bolsonaro. Las iglesias evangélicas están haciendo una suplantación del Estado terrible, y me parece que es un problema de seguridad nacional.

¿Cómo han adquirido tanto poder?

Van creciendo en las sociedades más pobres, dándole a la gente lo que necesitan. Y el problema es que eso no tiene que hacerlo una iglesia, sino el Estado. Pero son las iglesias las que les ayudan, y luego les piden su entrega política.

¿Fueron determinantes en el proceso pacificador?

Por supuesto, hacia el no. Es paradójico que unas iglesias que llevan la palabra de Cristo estén en contra de un proceso de paz. Pero estaban en contra porque querían chantajear al gobierno, que estaba considerando la posibilidad de cobrarles impuestos.

Respiraría tranquilo cuando se cerró finalmente el acuerdo.

Sentí una alegría amarga, porque en el plebiscito anterior hubo una mayoría pequeña que le dio la victoria al no. A mí me parece que eso nos puso en el ridículo más grande que ha podido cometer el país ante el mundo. Sin embargo, después se adoptó, porque se negoció con la derecha. Entonces sentí alivio, pero un alivio vigilante, porque ahora esa derecha está en el poder en Colombia.

¿Cree que ha aprovechado el país las posibilidades de regeneración que abrió el tratado?

En muchos casos sí. En mi novela, por ejemplo, hay una desmovilizada. Es una forma de normalizar la relación con esas personas. El 90% de los combatientes de las FARC eran campesinos, indígenas y afros. Los 50 años de guerra de Colombia fueron pobres matándose los unos a los otros.

Junto a su desmovilizada trabaja una periodista. ¿Pecó de deformación profesional?

Un poco, porque conozco el periodismo y me gusta escribir sobre lo que sé. Además, prefiero que sea un periodista el que investiga. El detective representa a la ley, y la ley en estos países es una extraña niebla que nunca sabes muy bien hacia dónde corre. El periodista representa a la sociedad civil, y no tiene pistola.

Como tal, usted viajó durante 30 años...

Sí, viví en España, la India, Francia...

¿Le convirtió París en una mejor persona, como creía?

Eso era una creencia que había en la juventud de mi generación, referida a una mejora en términos literarios. Yo no sé si me volvió mejor persona, pero lo que sí es cierto es que me convertí en escritor estando en París.

¿Qué perspectiva le ha dado esa distancia de décadas respecto a su hogar?

A todo el mundo le deberían recitar los médicos vivir fuera de su zona de confort. Irse a vivir a un sitio donde uno no es nadie te convierte en una persona más tolerante y generosa. Ahora, por ejemplo, que a Colombia llegan los venezolanos pobres, muchos de los emigrantes estamos a su lado.

¿Qué cara de su país está quedando grabada en la literatura actual?

Yo creo que nadie puede hacer una versión definitiva de lo que está pasando, porque Colombia es una noticia en desarrollo permanente. Todos los días ocurren cosas nuevas que te hacen cambiar de opinión. En el momento en el que comprendes algo, volteas la mirada y ves algo diferente. Lo único que podemos hacer, creo, es tomar la fotografía de un instante.