"Es una gran alegría ver que mi universo también se ha entendido en España". Lo dice Ana Merino (Madrid, 1971) sobre el Premio Nadal, con el que se hacía este año por su obra El mapa de los afectos. El libro, ambientado en esos Estados Unidos en los que lleva dos décadas, le acompañará este jueves en su visita a la Fundación Seoane (20.00 horas), donde hablará de su debut en la novela. Tras sus muchos poemas y ensayos, la escritora se adentra en el género con una historia coral hilada por el amor, que protagonizará una nueva sesión del ciclo Somos o que lemos.

"La vida hay que experimentarla más allá de tu propio pensamiento", dice el libro. ¿Es lo que hace al escribir?

Yo creo que lo que hago es plasmar otras vidas y otros puntos de vista... Es lo que te permite la literatura, construir la dimensión humana hacia otros sentidos.

¿Qué lugar ocupa esa escritura en su mapa de los afectos?

Es mi niñez, porque en casa está desde siempre. Mi padre es el escritor José María Merino, y para mí los libros han sido muy importantes. Querría que los niños tengan las mismas oportunidades que yo tuve con la literatura, porque es un espacio que nos enriquece y nos hace crecer como seres humanos. La casa de mis padres tiene una biblioteca fabulosa...

¿Se perdía de niña?

Claro, tanto entre libros como entre cómics. Eso ha dejado un poso importantísimo en mi percepción del mundo y en mi reivindicación de la literatura como una parte muy importante en los planes de estudio desde preescolar. En mi caso, construí mi universo primero en la poesía, y luego he trabajado mucho el ensayo. Llego a la novela con madurez.

Hay un tema que repite en todos los géneros. Amor: muy frágil, El hombre de los dos corazones, Amor: muy frágilEl hombre de los dos corazonesEl mapa de los afectos

Claro. Incluso mis poemarios, como Preparativos para un viaje, ya son un mapa. Hay en mi mundo una necesidad de formar comunidad y buscar el entendimiento, esa tendencia tan humana de estar juntos y apoyarnos.

¿Ve ese compromiso con la bondad en la literatura?

Yo creo que cada escritor tiene su propio reto. En mi caso, el sustrato que me interesa es el de la bondad, porque es una materia prima que da mucha riqueza al aproximarse a los personajes.

De Valeria, una de las protagonistas, dice que se inspira en su juventud.

Bueno, digamos que lo que yo evocaba es que en todos hay una búsqueda del amor cuando somos jóvenes. La curiosidad, lo que la sociedad define que es el amor... Lo que vemos en Valeria es que está tratando de definirlo. Me recuerda a esas indecisiones que yo tenía.

También hay algo de usted en Samuel, un amante de los cómics. ¿Sigue viendo ese desprecio por el género que retrata en su novela?

Como yo soy una gran protectora del cómic, cuando alguien tuerce la ceja ya lo estoy defendiendo (risas). Entonces no da tiempo a que puedan mostrar su poco aprecio. Pero sí es cierto que recuerdo de mi juventud a compañeros míos que venían a casa a leerlos, porque en la suya no eran una lectura aceptable. Ha existido ese prejuicio, pero ha ido cambiando por los estudios culturales, la educación... Aunque a veces hay padres que no han entendido esa pasión desmesurada, como le pasa a Samuel.

A él y a los demás los ubica en Iowa. La fama de cerrazón del Medio Oeste, ¿es merecida?

Lo que se sabe del Medio Oeste es siempre la frase: "Iowa nice", es decir, son gente muy agradable. Además, es un Estado cambiante. Un año vota a demócratas, cuatro años después a republicanos... Yo no he visto esa cerrazón. Lo que sí he visto es que el mundo rural tiene otros parámetros, y que el político tiene que ir puerta a puerta a ganarse su perspectiva.

¿Cómo le mudó la suya? "Cuando cambias de país, todo tiene otro sentido", escribe.

Tienes que aprender a entender los códigos de su cultura, adaptarte al clima... Pero yo soy muy camaleónica, porque fui y me he ido quedando. Creo que tengo una buena capacidad para adaptarme.

¿Incluso a realidades tan distintas? En su libro retrata la gran presencia de la guerra.

Sí, en mi novela hay un canto a la paz y una reflexión sobre la dureza de la vida de los soldados, porque Estados Unidos está muy presente en muchos conflictos bélicos. Y eso va a repercutir en las comunidades, porque va a haber generaciones de soldados. Además, muchas veces es un recurso para salir adelante. Hay gente de una clase muy modesta que se apunta al ejército sin ser consciente de que con 18 años la pueden mandar al frente, es dramático.

¿Se ha inflamado ese sentimiento bélico desde la llegada de Donald Trump?

No lo sé. Yo el pulso que más he tomado es cómo ha verbalizado Trump el tema de la frontera sur y su obsesión con el muro. Porque lo que ha hecho, creo, es retirar muchas tropas. Pero en estos últimos cuatro años, hay ese hincapié en la frontera, en separar familias...

Defendía al principio el poder de los libros para educar. ¿Cuál le recomendaría como lectura?

Yo creo que Don Quijote, porque hay una empatía con el ser humano muy importante. Y buenos consejos sobre cómo gobernar. Es un libro de cabecera para todos los políticos. Les corresponde leer mucho, y reflexionar sobre la armonía del mundo, porque tienen una gran responsabilidad.