Dice Alberto Mella que el Jazz Filloa fue una "locura". Quizá la única que ha cometido por la música, pero que podría contar por dos. La emprendió codo con codo con Antonio Rodríguez, otro apasionado del género, con el que compartía insatisfacciones en los 80 por no encontrar una salida a su pasión por las jam sessions o el Crystal silence de Chick Corea. A unos meses del 40 aniversario del local, el propietario hace balance de su tiempo en la Rúa Ciega, donde la sala continúa batallando a pesar de las dificultades.

Si digo diciembre de 1980...

Recuerdo una apertura con muchos nervios, pero buena. Además, coincidió que abrimos en navidades y tuvimos público. La idea que teníamos era hacer un local donde pudiéramos tener conciertos de jazz, porque en aquel entonces eso no existía.

¿Ha sido el Jazz Filloa lo que imaginó en sus comienzos?

Más de lo que me había imaginado, de algún modo. No esperábamos que durara tanto. Pero teníamos la ilusión...

En pleno auge de la movida, montaron un local de jazz.

Sí. Así de atrevidos éramos (ríe). Pero el local no es un sitio con gran volumen de sonido y, aunque a la gente no le guste la música, es un sitio en el que se puede conversar. Por eso siempre tuvimos gente. Además, hemos creado mucha cantera. Introducimos en el jazz a muchas generaciones.

A su sala todavía no le han surgido réplicas en A Coruña, ¿no hay mercado o valentía?

No hay valentía ni mercado, las dos cosas, porque no da dinero (risas). Nosotros vivimos 40 años siempre al límite...

¿Tan crudo era el panorama?

Y seguimos en el mismo. Aunque ahora hay más gente que conoce el jazz que antes. Hay festivales donde se nota que hay afición, y un conservatorio [el Superior] que da la titulación de jazz. Eso era inimaginable por aquel entonces. Músicos buenos también hay un montón, lo que no sé es de qué van a vivir el día de mañana.

¿No está muy pesimista?

Es que como les falte el Filloa... Nos lo dicen continuamente. Como llevamos tantos años, ya nos están preguntando si nos vamos a jubilar, porque si pierden este sitio...

Los intérpretes coinciden en que ahora la música está menos parcelada. ¿Se ha beneficiado el Filloa de la apertura?

Sí. El jazz se entiende como algo más accesible ahora. Aún hay gente que dice que no lo entiende, pero ya son minoría, no es como antes. Además, vienen más espectadores jóvenes que mayores. Incluso nos preguntan qué discos tienen que empezar a escuchar, o qué línea seguir. El relevo generacional está asegurado.

En esa juventud de la que habla, ¿a dónde iban ustedes para disfrutar del jazz?

Íbamos un poco a O Patacón. También en alguna época en un bar que había en Juan Canalejo, Metáfora. A veces en El Pato Negro ponían algo, pero eran cosas así sueltas. Entonces se llamaba jazz progresivo.

Lo demás, discos...

Sí, como Chick Corea...

Hoy se dice que estamos en la era dorada del directo, ¿coincide?

Sí. Pero no es de masas. El Filloa es muy pequeñito, llenarlo son 50 personas nada más. Lo llenamos de vez en cuando. Una media aceptable.

Sin embargo, decía Pepe Méndez, el propietario del Garufa Club, que la música en vivo aquí no se entiende como algo a proteger.

Totalmente de acuerdo. Y no sabemos por qué. No hay ayudas, y es imposible traer algo más interesante que no pueda asumir el local. Por ejemplo, el Garufa y nosotros hacemos un festival en julio, y no hay manera de que nos apoyen. A ver si aguantamos, porque es una pelea constante.

¿Dedicarse entonces a una sala de conciertos es aceptar malvivir?

Sí, está clarísimo. Nosotros hemos aguantado con mucha paciencia, y estamos esperando a que alguien nos dé el relevo.

Parece entonces que el jazz se piensa jubilar de la Rúa Ciega... ¿Es así?

De momento no lo pensamos, pero como aparezca alguien un poco interesado, supongo que sí. El trato al público cansa un poco, pero si hay que estar más tiempo, se está. La meta que teníamos era llegar a los 40, luego ya veremos.