Cuesta concertar una entrevista con Manuel Vilariño. Hace un cuarto de siglo que el Premio Nacional de Fotografía vive alejado del ruido del mundo, en una casa en Bergondo con la única compañía de "los árboles y los pájaros". En sus paseos por la naturaleza, al despuntar la aurora, es cuando apuntala su arte, y captura paisajes aún "intactos". Los de las playas gallegas y los glaciares de Islandia vertebran una de sus últimas muestras, The tempest, abierta hasta abril en la galería Vilaseco.

¿No es posible ser de aquí y no hermanarse con el mar?

Yo, cuando me levanto, pienso en mis antepasados de la Sierra de Forgoselo. Pero también en las playas que rodean A Coruña, en mi infancia, porque soy de aquí. Estas fotografías transmiten esa melancolía. Su eje central es la tempestad, tomando como referencia una cita de Shakespeare, en la que dice que el material de nuestra vida son los sueños.

¿Le influyó el poeta a la hora de coger la cámara?

Me influye la poesía, porque yo soy poeta, y para mí son dos alas de un mismo pájaro. De hecho, hay una fotografía en esta exposición que nació de una experiencia poética. La realicé en un glaciar de Islandia que ya había visitado, en el que escribí un poema.

El mar es un borde. ¿Los límites son su zona de confort?

Me he sentido muy cercano a esos espacios límite. He buscado conceptualmente la intemperie, lo que Rilke llama lo salvaje. Esos lugares fronterizos entre lo intacto y lo domesticado son donde yo me muevo. El silencio es otro elemento central de mi fotografía.

También en su vida. Se define como una persona solitaria.

Siempre había sido así, pero desde hace diez años vivo prácticamente solo. Mi hija sigue con sus estudios, y se quedaron los árboles conmigo. Pero la soledad también es buscada. Opino como San Juan de la Cruz: es no sufrir compañía (ríe).

Estar alejado del mundo en el arte, ¿no es contraproducente?

Mucho. Hoy el arte tiene un componente de marketing muy alto, y el gran arte ya no es de los creadores solitarios, sino de ejecutivos con maletín. Están las grandes ferias, los museos y los gurús que dirigen el sistema artístico...

¿Afecta más a la fotografía, con la difusión de la imagen?

Ese debate intelectual está resuelto. Hoy vivimos la postfotografía. La imagen analógica era una sucesión de emociones, y la de hoy es lo inmediato, el móvil. Una persona puede hacer en una semana más fotos que yo en toda mi vida. Sin embargo, creo que uno no puede ser un nostálgico.

¿Usted no se siente un artista anacrónico? Sigue aferrado a lo analógico...

Yo no, porque pertenezco al tiempo en el que vivo con los materiales, pero están en su declive. Yo lo que no soy es de ningún grupo o lobby. No he buscado pertenecer a ninguna generación, he buscado mi aventura solitaria.

En esa ruta, ¿cuáles han sido sus tempestades?

Lo más importante que ha habido en mi carrera ha sido estar en la Bienal de Venecia. Eso supone confrontar tu obra con muchas instituciones y museos. Pero la borrasca interior más importante, y la única que de verdad me quebró, fue la muerte de mi mujer. Aquella sí que fue la borrasca de la que no se vuelve.