*** | Dirección: Rachel Griffiths. Guion: Andrew Knight y Elise McCredie. Fotografía: Martin McGrath. Música: David Hirschfelder. Intérpretes: Teresa Palmer, Sam Neill, Sullivan Stapleton, Brooke Satchwell, Aaron Glenane, Stanley Payne. 98 minutos.

Se deja sentir en todo momento la influencia de numerosas películas que han contado la vida real de personajes populares que han llegado a la gloria desde posiciones casi imposibles, valiéndose para ello de recursos tan simples como eficaces. Pese a ello las cosas no se han hecho nada mal y hasta se conforma un relato ameno y

con momentos emotivos que conecta al espectador con la inolvidable gesta de Michelle Payne, una jockey australiana que alcanzó una hazaña inédita en el mundo de la hípica al convertirse en la primera mujer que conquistaba el prestigioso Premio de Melbourne.

Sobre la base de un entretenido y correcto guión de Andrew Knight y Elise McCredie, la hasta ahora actriz Rachel Griffiths efectúa su debut en la dirección con resultados más que satisfactorios.

La realizadora hace hincapié en un factor decisivo en la cinta, la condición de que Michelle creció en el seno de una familia numerosa integrada por diez hermanos, de los que ella era la menor y que tuvo que hacer frente, por si no era suficiente, a la inesperada muerte de la madre cuando apenas contaba con seis meses. Su padre, convencido de sus cualidades para triunfar en el mundo de los caballos, será decisivo en su futuro, superando incluso momentos de ruptura y siguiendo con detalle los consejos que le dio desde pequeña.

Como suele decirse, la fe mueve montañas, aun más en el seno de un clan muy religioso. Cuidada y elaborada con tacto y un encomiable acento dramático, uno de sus mejores logros ha sido el de plasmar con enorme propiedad las secuencias de las carreras hípicas, para lo cual se ha empleado el buen hacer de un magnífico profesional, el operador y director de la segunda unidad Jamie Doolan.

La actriz y modelo Teresa Palmer desempeña un digno trabajo incorporando a Michelle, en tanto que Stanley Payne, con síndrome de Down, asume su propio cometido de forma entrañable.