Sobresale de inmediato, marcando ya las reglas del juego de forma impecable, la autenticidad de un personaje, Marcello, que contribuye a que el espectador conecte vitalmente con él y que su forma de ser y de actuar trascienda más allá de lo que suele deparar una película. Un fenómeno que solo se da en casos muy excepcionales y que en esta película su director Matteo Garrone ha conseguido gracias a su propia realización, realmente modélica, y a la inmejorable interpretación de Marcello Fonte, que encaja en todo momento en las necesidades vitales de un ser hundido en la miseria, pero con capacidad todavía para la reacción. El hecho de que recibiese en Cannes el premio de interpretación masculino no es más que la confirmación de una candidatura que fue adoptada por unanimidad. Era un nuevo éxito del cineasta en el prestigioso certamen galo, donde ya había conquistado el Gran Premio Especial del Jurado con 'Camorra' en 2004, posiblemente su mejor trabajo, y con 'Reality' en 2008.

Partiendo de un guión original de Garrone, de Ugo Chitti y de Massimo Gaudioso, que curiosamente está basado en hechos reales, nos vemos inmersos en un escenario urbano degradado al máximo en el que conviven, en unas afueras donde es imposible la convivencia y rige la ley del más fuerte, una población marginal que convive con el desempleo y la violencia. Marcello es uno de sus moradores, un tipo que regenta una modesta peluquería canina cuyo único aliciente, aparte de su amor por los perros, es ver a su hija, de la que vive separado. En un entorno tan mísero parece imposible poder mantener un mínimo de dignidad. Así lo demuestra la terrible sumisión a la que se ve obligado el protagonista en su vinculación con un vecino, Simoncino, que vive de la extorsión, del robo y de las drogas. Un exboxeador que ha hallado en Marcello su principal fuente de ingresos y que abusa de él hasta extremos propios de la indignidad y la humillación, ante una policía pasiva y unos vecinos que no ven lo que no quieren.