Se pusieron demasiadas esperanzas en este proyecto y finalmente esas expectativas han dado casi al trance con una película que comienza con buenos signos pero que avanza sin los aciertos necesarios para que atrape la sensibilidad de buena parte de los personajes.

Prueba de ello es que lo que se abre paso como la descripción de un ambiente depresivo y triste en el seno de una comunidad escocesa a comienzos de los cincuenta acaba convirtiéndose en una localidad sin perspectivas de futuro.

Con este panorama ante sí, la directora Anabel Jankel carece de medios para erigirse en testigo lúcido y eficiente de una sociedad en grave crisis.

Se hacen patente entonces las limitaciones de la película, realizada por la inglesa Annabel Jankel, que tiene en su filmografía títulos que apenas se recuerdan como Max Headroom, Muerto al llegar y Super Mario Bros.

Basada en la novela de Fiona Lewis, la escritora ha buscado los resortes más acertados en la personalidad de la doctora Jean, que se ha instalado en el pueblo con la intención de abrir una consulta. Es así como entra en sus vidas un niño del pueblo, Charly, que vive aislado y sometido a las más severas normas del acoso escolar, pero que se siente fascinado por la vida de unas abejas que son un modelo de estructura social.

En este decorado discutible y no del todo estimulante, el aliciente más destacado con el que tropezamos es la historia de amor que une a Jean y a la madre de Charly, dos mujeres que rompen todos los imperativos sociales y que son todavía motivo de escándalo en el entorno.

Es una pena por ello, porque el asunto daba mucho más de sí, que no se haga realidad la decisión de las protagonistas de desafiar a quienes tratan de impedir su felicidad. La actriz que ganó cuando era niña el Oscar por El piano en1984, Anna Paquin, trata de aportar pasión a un personaje, Jean, con déficit de intensidad.