Es una comedia genuinamente francesa que pierde en el proceso de doblaje todo su sentido y su capacidad para divertir al espectador. Aquellos que conozcan Bienvenidos al Norte, que fue un éxito multitudinario en el país vecino y que realizó asimismo Danny Boon, lo entenderán perfectamente ya que todo el aparato humorístico de la cinta descansa sobre el hecho de que se aborda el tema de la "incompatibilidad" lingüística entre los franceses del norte, que hablan el ch`tis, una variante del galo, y los parisinos, que presumen de su ortodoxia al respecto. El problema es que este factor vital se diluye por completo al doblarse al castellano, dejando en el camino todas sus hipotéticas cualidades.

Así las cosas, esta secuela depara unos comienzos más que decepcionantes que solo mejoran un tanto sus prestaciones cuando se produce el reencuentro en París, ciudad en la que residen y en la que tienen un alto prestigio como diseñadores Valentin y su novia Constance con la familia de aquél. El meollo reside en que Valentin había ocultado a la prensa esta circunstancia porque le incomodaba la forma de hablar y los ademanes de sus allegados. Un choque frontal de tradiciones de las que Valentin se avergüenza y que le ha llevado a renegar de sus orígenes. En semejante tesitura, el resto de clan, entre ellos los padres, los hermanos y la cuñada, decide desplazarse a París para compartir con Valentin y Constance la inauguración de una importante exposición de estos últimos.

Para animar algo las imágenes Dany Boon, que es director, protagonista y coguionista, responsable también de una filmografía integrada por seis largometrajes, se saca de la manga un grave accidente de automóvil y una amnesia que, paradójicamente, construyen un acceso a lo que hay que considerar un tópico obligado en un relato de estas características: la reconciliación. Lo más revelador y la mayor evidencia es que algunas de las mejores imág