Ha sabido encontrar un hueco en el thriller de terror y toda su obra desprende ese toque de intenso dramatismo que ha convocado a un nutrido grupo de espectadores.

El director valenciano Paco Plaza, en efecto, tiene un estilo propio vinculado a sus realizaciones, que ha dado muestras de su buen hacer en la trilogía Rec y que cambia parcialmente de rumbo en su último largometraje, 'Quien a hierro mata', que podría definirse como una crónica trágica y demoledora sobre el universo de los narcos en una Galicia absolutamente desconocida.

De ahí que, consciente de lo que tenía entre manos, apostó por un guión de Juan Galiñanes y Jorge Guerricaechevarría, este último el habitual guionista de Alex de la Iglesia, a pesar de que ello entrañaba por primera vez en su obra partir de la base de un texto ajeno. Y aunque uno prefiera sus trabajos más íntimos y vinculados a su mundo no deja de valorar momentos de una dureza tremenda que nos introducen en un decorado de una crueldad y de un realismo inhumanos.

De la mano de un Luis Tosar, que además lo hace en su Galicia natal, validando su acento propio, el público se introduce en un hábitat siniestro en el que se materializan conflictos tradicionales que adquieren un profundo sabor. Porque lo que el realizador vierte sobre la mesa no es otra cosa que la crisis de la familia, los límites de la amistad, los estragos de las drogas y, como colofón de todo ello, esa violencia que irradia a todos los estratos de la sociedad gallega. Para ello utiliza a un joven enfermero al que las cosas le empiezan a ir bien, Mario, que está a punto de ser padre.

El problema es que en su camino se cruza Antonio Padin, el narcotraficante más peligroso del entorno, que arrastra grave consecuencias personales asociadas a unos hijos, Kiike y Toño, que rigen los negocios del clan.