No es la primera vez que se lleva al cine y eso le resta categoría, pero en nada le priva de virtudes innegables a la hora de reconstruir la historia real de dos familias germanas que lograron fugarse de la República Democrática Alemana e instalarse en la Alemania Federal en plena guerra fría, en septiembre de 1979.

La odisea de estas ocho personas, cuatro padres y cuatro hijos, tiene más mérito todavía si se repara en que los mismos protagonistas habían fracasado poco antes en un intento similar que se frustró apenas a 200 metros de la libertad. Parecía que de este modo se renunciaba definitivamente a un proyecto muy peligroso, habida cuenta del desmedido control que ejercían las fuerzas de seguridad del Este ante el Muro de Berlín y el riesgo que corrían las vidas de quienes trataban de impedir la fuga, pero el afán de la libertad de los adultos y de los niños acabó por imponerse. Una historia emotiva y vibrante que había suscitado ya el interés de Hollywood, que efectuó una primera versión en 1982, Fuga de noche, de Disney dirigida por Delbert Mann.

Era inferior a la que vemos ahora que deja sentir el peso de su nacionalidad alemana. En su dos horas de metraje, la cinta pone especial relieve en mostrar un país, la Alemania del Este, que revela sus miserias por todos sus poros, aludiendo de modo especial al proceso de creación de dos globos aerostáticos, el primero con el forro de un bolso y el segundo con tafetán, un material más resistente. Fue así como se venció al miedo.

Y es que, como dijo el director, mucha gente intentó huir de Alemania Oriental. Se escondían en maleteros de coches, cruzaban túneles, intentaban colarse en aviones o atravesaban ríos, pero fabricar un globo gigante, meterse en una cesta sostenida por cuerdas y elevarse en globo a doscientos metros era toda una odisea.