La comarca avanzaba a veinticuatro fotogramas por segundo. El cine se consolidaba en Galicia y los primitivos espectáculos ambulantes daban paso a las primeras salas cinematográficas.Eran los tiempos de los motivos art déco y grandes telones de terciopelo rojo. De bobinas y No-Do obligado. "Sonaba en la calle Negrete o Molina y sabías que empezaba la película". José Sánchez Dopico recuerda aún los buenos tiempos de Cine Radio, en Vilarmaior.

Todavía era un niño cuando se bajó el telón de esta sala de trescientas butacas enclavada en el corazón del núcleo de O Tres y que abrió sus puertas en 1949. Su abuelo, Manuel Dopico, era uno de los cuatro propietarios de un cine que durante años llenaba a reventar los fines de semana y días de fiesta. Una de sus últimas sesiones, en los años sesenta, coincidió con la final de la Copa de Europa. Las butacas y el gallinero hervían de expectación para contemplar el encuentro, que se retrasmitió ya no en pantalla grande, sino no en una pequeña televisión. De la marca Vanguard, que comercializaba uno de los propietarios de la sala. "Tenía la única tele del pueblo, imagínate, no tendría más de veinte pulgadas. Ese día la llevó al cine y cobró la entrada", recuerda entre risas.

El Real Madrid perdió tres a uno y la llegada del televisor apagó paulatinamente el brillo del celuloide en esta peqeña aldea rural. Hoy quedan ruinas. El cine es ahora un almacén. Entre los trastos, al fondo, conserva aún la pantalla hecha jirones. Aún se intuye el colorido de las paredes. La taquilla. El ambigú. Y en el primer piso, el gallinero. Muy cerca, en un rincón, la sala de proyección con una de las máquinas más modernas del momento: Una Ossa 6. En el despacho anexo, la sala de rebobinado. "Estas máquinas eran muy complicadas de manejar, a veces se ponía el rollo al revés y se montaba una buena", ríe José.

"Yo iba siempre a ver las de Escobar, pero después con la tele...", recuerda una vecina, que no recuerda la última sesión. "Buff, ya hace años". Esta sala siguió el mismo camino que el Cine Pantín, en Miño; el Avenida, en Curtis; etc. Los antiguos cines de la comarca nacieron durante los años veinte y treinta y sufrieron un progresivo declive hasta desaparecer durante la década de los setenta.

El lugar que ocupaba la mítica filmoteca Pantín, abierta en 1937 por Francisco Pantín Muñiz, lo ocupa ahora una vivienda con hostal. En sus buenos tiempos, esta filmoteca que disponía también de café concentraba el ocio de la villa y atraía a vecinos de toda la comarca. El estreno de Ben-Hur abarrotó la sala. Fue gente de toda la comarca. "Tuvieron que poner sillas en los pasillos", relata la actual propietaria, Carmen Morado, viuda del heredero de este cine, José Pantín. El edificio aún conserva la taquilla original, junto a la entrada de su casa. El garaje oculta todo un tesoro. La antigua sala, con capacidad para trescientas personas está dividida ahora por un tabique. Y las paredes profusamente decoradas con motivos modernistas y relieves art decó. Un marco de tonos dorados recuerda el lugar que ocupaba la pantalla. Aún preside el garaje la máquina de proyección, una Ossa 6. También salón de baile. "Funcionaba con carbón. A veces tenía que sustituir a mi marido unos minutos y me ponía nerviosíma!, tenía miedo a no saber hacerlo y que se apagase", recuerda.

Carmen almacena miles de recuerdos en este garaje que, una vez clausurada la sala de cine, albergó todo tipo de actos. Desde bailes a actos religiosos durante la reforma de la iglesia. Pero si algo recuerda con cariño la propietaria fueron los buenos tiempos del celuloide.

"Un vecino invitó una vez a todo el pueblo a ver una película, le había gustado tanto que quería compartirla con todos, era Suspiros de España", ríe. Entre los trastos que almacena en la antigua sala de cine hay aún bobinas del No-Do. "Era obligatorio ponerlas, creo que aún guardo una sobre la boda de Carmencita", dice mientras rebusca entre los trastos.

El cine Pantín fue perdiendo su estructura original con diversas reformas para transformarse en un amplio hostal. Otras salas cinematográficas que salpican la comarca betanceira conservan aún intacta la arquitectura clásica de las filmotecas típicas de los años cuarenta. Prestigiosos arquitectos como Rafael González Villar o Vicéns Moltó participaron en sus diseños.

El cine A Viña, en Irixoa, es un prototipo de la arquitectura del celuloide de aquellos años en Galicia. Ya no conserva la entrada, sustituida ahora por la verja de un garaje. Pero si el letrero, las taquillas, las ventanas circulares. Su propietario lo adquirió muchos años después de que proyectase su última película. En la parroquia, pocos se acuerdan de su última sesión. "Lo compramos hace veinte años. Lo utilizamos como almacén", explica su propietario. Él apenas recuerda el cine.Su época de esplendor se corresponde por los años en que había feria tres días al mes y A Viña era el centro neurálgico de Irixoa. Su mercado competía con el de Betanzos.

El cine do Noi, de Bergondo; el Royalty, de Sada son otras salas que aún recuerdan con nostalgia los veteranos de As Mariñas. Otras míticas, como el Alfonsetti, que llegó a ser la sala más antigua en activo de España, pasan también por horas bajas. Este última, de titularidad municipal ypese a su reforma, sigue sin proyectar. Falta el equipo.