El ejercicio de la hospitalidad, la acogida al peregrino, es un valor considerado desde hace siglos como la piedra angular del Camino de Santiago. Una forma de espiritualidad poeticamente recogida en las fotografías que Manuel G. Vicente tomó a lo largo del Camino durante las últimas décadas, en la ruta y en sus albergues. Esta entrañable acogida se funde con la vivencia del encuentro, la solidaridad, la amistad y la comprensión mutua. A todo eso hay que añadir los valores paisajísticos, la historia compartida y la cultura.

La medida que avanzan las jornadas, se produce en el Camino una comunicación a varios niveles. En primer lugar, del peregrino consigo mismo, pues el lenguaje interior es esencial en la experiencia de la peregrinación. Con la introspección se llega a una autoconstrución reflexiva y personalizada, en la que cada quién recrea sus vivencias a través de la memoria y los afectos.

En segundo lugar, se establece una comunicación con el propio Camino y, por último, con sus compañeros de ruta, con los hospitaleros y los paisanos. El espacio mental o espiritual del Camino de Santiago, evocado y recreado, se configura desde la afectividad de quien lo vive; villas, ciudades, sitios históricos y paisajes naturales asumen valores afectivos en esta construcción espontánea. Un marco sensible en el que se desarrolla una fecunda comunicación entre el peregrino y su entorno natural y humano.