LA PELOTA NO SE MANCHA

Riazor quiere subir así

Los jugadores del Deportivo se felicitan antes de despedirse de la afición en Las Gaunas. // LOF

Los jugadores del Deportivo se felicitan antes de despedirse de la afición en Las Gaunas. // LOF

Carlos Miranda

Carlos Miranda

La vida hace la historia, más allá de las intenciones. Nunca se sabrá si el Deportivo de Mella y Yeremay era inevitable o simplemente ha emergido por pura necesidad o por fichajes fallidos que se eternizan en el banquillo. Eso sí, Riazor empieza a disfrutar con su equipo porque ha aguantado tanto en las malas que tiene derecho a ilusionarse cuando sale sol y porque si había una mínima justificación para pasarse cuatro años en Primera RFEF, era para volver siendo otro. Más tú, un Deportivo reinventado y apegado a su ADN. Ya estaba bien de pegarse tiros en el pie, de ser una Sociedad Anónima más y de vivir de espaldas a su gente y al talento que brota en Abegondo. Porque son muy buenos, porque besan el escudo sintiéndolo. ¿Para qué buscar fuera lo que ya está en casa?

Es la evolución lógica, sobre todo fuera del fútbol profesional, de una grada que siente el club como propio, que se ha visto en los últimos años vagando por categorías intermedias sin saber muy bien hacia dónde iba y con un carrusel de jugadores de los que ya ni recuerda el nombre. También es inevitable que se cuelen por las rendijas futbolistas de las mejores generaciones de la historia de Abegondo. 2003 y sus ramificaciones de 2004 y 2005. Todo nació en aquellas tardes de verano en Marbella y en un otoño en el que Riazor cogió temperatura para ver a sus niños en la Youth League. Esos días y esos récords de asistencia dejaban un mensaje claro: la grada quería a esos jóvenes en la caseta principal de Abegondo. El caldo de cultivo era el idóneo. Han pasado dos años y aquí están.

Si hay alguna mínima razón que justifique cuatro años en Primera RFEF, es volver de otra forma y con tu gente

Y un Dépor de cantera no significa que algún día se pueda ver un once íntegro con futbolistas criados en casa ni que se vayan a regalar las fichas del primer equipo. Ojalá, pero no es realista. Ni en Primera RFEF. El Dépor que ha emergido en este 2024 no se entiende sin jugadores que suben realmente el nivel como Pablo Vázquez o José Ángel, sin canteranos de maduración más lenta como Diego Villares o sin hijos pródigos retornados que desbordan la categoría como Lucas Pérez. Jugadores que marcan la diferencia y futbolistas de la casa. Una fórmula tan antigua como simple a la que este nuevo Dépor ha llegado dando unos considerables rodeos. Al menos, parece haber encontrado el sendero correcto. Ya ha renovado a algunas de sus mejores piezas de la cantera. Ahora solo queda aguantar el pulso por el ascenso, resistir las embestidas de quien se los quiera llevar y que al club no le pueda la tentación de corromper la esencia de ese modelo al que ha llegado y que pretende prolongar en el tiempo.

Un Dépor de cantera es posible, pero necesita jugadores diferenciales de fuera: José Ángel, Pablo Vázquez...

Uno de los nombres del momento, más allá de Lucas, Mella y Yeremay, es Imanol Idiakez. El vasco ya lo sabía, pero ha vuelto a comprobar que hay mucho ruido en el fracaso y silencio en el éxito. Es como se paladean mejor los buenos momentos. Hubo un par de semanas que estuvo más fuera que dentro y durante meses se le percibió perdido tocando teclas y teclas a ver si alguna hacía sonar bien a este Dépor que no paraba de desafinar. Todo se arregló, después de que Davo le salvase dos veces la cabeza, agarrado al balón parado, entregándose a la pareja Villares y José Ángel, con la resurrección del Lucas Pérez goleador y con el regreso de Yeremay Hernández y la apuesta por David Mella. Barbero es la guinda que se adivina en el horizonte, pero el equipo ya rodaba antes de que irrumpiese en el último partido de Logroño.

Antes de rearmar al equipo, Idiakez demostró saber ganarse al vestuario y no cerrarle la puerta a Abegondo

Idiakez tuvo momentos de titubeo y confusión en estos meses, pero es innegable que atesora victorias previas a que recompusiese al equipo. La principal es que el vestuario nunca lo dejó caer. Más allá del orgullo personal y de la lealtad a quien te paga, un equipo que no está con su entrenador no pelea de esa manera en los últimos minutos de Barcelona y O Carballiño. Se ha ganado el respeto y la confianza de sus jugadores, algo que no ha ocurrido con todos los últimos inquilinos del banquillo coruñés. Las muestras de cariño y complicidad se multiplican en las buenas. La segunda es que no le ha cerrado la puerta a la cantera. No se la abrió de par en par. Los jóvenes de la base tuvieron que aporrear fuerte y ganárselo ellos, pero una vez que demostraron, no les puso palos en las ruedas. Y la tercera, que parece menor y quizás no lo sea, es que insistió e insistió en que Mella se adaptase a jugar por la derecha para posibilitar su cohabitación con Yeremay, a pesar de la evidente incomodidad que le generaba al zurdo en los primeros partidos. El tiempo le ha dado la razón porque juegan juntos, la afición los disfruta y David Mella es hoy un jugador mejor y más completo.

Mientras el Dépor se recompone y vuelve el equipo a la normalidad que debería ser pelear por el ascenso, el deportivismo disfruta de esa luna de miel en la que se ha instalado. Acostumbrado a que en los últimos tiempos le espere siempre una desgracia a la vuelta de cada esquina, vive con extrañeza los momentos de felicidad plena. Es como si le costase entregarse al disfrute, como si algo le impidiese dejarse caer hacia atrás para que le coja su equipo. Cuestión de confianza. Quiere tenerla, está en ello. Quedan meses para recuperar el idilio y para seguir en una pelea en la que está a punto de meterse en el pelotón. Hay mucho que pedalear.