Hovik Keuchkerian y yo no podemos ser más opuestos. A mí jamás se me ha deslizado un taco. Ni en los textos ni en la vida. Se ve que mi disco duro se fue forjando desde niño apartando de un modo definitivo cualquier palabra malsonante. No sé pronunciar insultos ni queriendo. Va contra mi naturaleza. Del mismo modo que soy no violento a la manera de los cobardes. No por abanderar ninguna causa, sino por la sencilla razón de que como llevo las de perder me sitúo en el rincón del débil. Si uno no quiere dos no riñen. Y ese uno soy yo, el conciliador.

El que intenta estar bien con todos. El amigo de mis amigos y también de los que no lo son.

Valga esta perorata para que comprendan por qué me gustó tanto la conversación que mantuvo Andreu Buenafuente con Hovik. Hacía tiempo que no veía una entrevista tan sincera. Hovik no ahorró ninguno de los tacos del abecedario, pero estaban tan bien dichos y eran tan oportunos que ninguno sonó desafinado. Habló de lo que supone ir de cara o escurrir el bulto, de la verdad y la apariencia, de las máscaras que usa el ser humano y del miedo que pasaba en el ring. Porque aparte de buen actor y mejor persona Hovik fue boxeador. «En el ring todo lo que ocurre es verdad», defendió.

No creo demasiado en la atracción de contrarios, pero cuando encuentro a un tipo tan auténtico como Hovik quedo rendido. La película '4 latas' es lo que es. Pero lo que está claro es que ya me hubiera gustado a mí vivir una experiencia como la que debe haber disfrutado este señor con sus colegas Quique San Francisco, Arturo Valls, Jean Reno y Gerardo Olivares durante las seis semanas de rodaje entre Canarias y Marruecos. Pura vida. Como la que afloró en el plató de Buenafuente durante un cuarto de hora de televisión imperial.