Hace unos días, a raíz de un comentario en esta columna sobre Carmen Lomana, de la que este país no tenía ni idea hasta que por desgracia un programa de TVE, un brillante 'Comando actualidad' titulado 'Los ricos también lloran', la sacó del anonimato del que jamás debería haber salido -los pobres, dijo, están acostumbrados a no tener, pero tengo amigos que tienen mucho patrimonio y no tienen dinero 'cash', y lo están pasando muy mal-, recibí un mensaje privado por Twitter de Carmen Lomana en el que la señora me decía «Hola. Quería hablar contigo, escríbeme por privado. Gracias». Se ve que no le gustó dicho comentario a la mujer. Al día siguiente recibí un correo electrónico de un tipo que me pedía mi número de teléfono porque «la señora Lomana quiere hablar contigo». Mi respuesta fue clara. «Dígale a la señora Lomana que no le doy mi número a desconocidos, y yo no conozco ni a usted ni a esa mujer». Más o menos.

No conocer no significa que no pueda comentar lo que hace la pija. Así que como la pija no para de decir tonterías, aquí está de nuevo. Cada vez que la veo me hago la misma, la pregunta de siempre. ¿Cómo puede hablar con esos labios tan apergaminados, con esa cara tan atirantada de carísimas porquerías? Es normal, por tanto, que apenas entienda lo que dice. A la ahora concursante de 'Masterchef' -sigo preguntándome quién es Carmen Lomana, qué hace en la televisión pública, por qué está ahí- se le ha subido la idiotez y el delirio a las azoteas del bótox y del VOX, y dice que quiere ser alcaldesa de Madrid para limpiar la ciudad de narcos, okupas y de gente de poca higiene. Ay, Manuela Carmena, tiembla, que las muñecas de plástico tienen muy malas pulgas.