La segunda temporada de 'American Gods', estrenada hace pocas semanas en España Amazon Prime, nació gafada. Hasta el punto de que su estreno ha llegado con un año de retraso a causa de los problemas durante el rodaje. Por un lado, se marchó (o le echaron) uno de sus principales showrunners, Brian Fuller, el creador televisivo que a lo largo de los últimos dos años ha acabado dejando por diferencias creativas las distintas series en las que se embarcaba en diferentes plataformas. Desde Star Trek Discovery al renacimiento de los Cuentos Asombrosos de Steven Spielberg. Por el otro lado, se marchó otra de sus principales estrellas. Gillian Anderson se bajó del barco y no volvería a repetir a su personaje, en una etapa en la que la actriz se está convirtiendo en una de las más cotizadas en la televisión. Hace muchos años que dejó atrás al personaje de Dana Scully con el que saltó a la fama en Expediente X.

Pese a este clima de adversidades, la segunda temporada de esta serie ha podido salir adelante, aunque sí que se notan (y mucho) estas dos ausencias. Esto no ha sido obstáculo para que American Gods haya sido renovada para una tercera entrega, pero con otro nuevo showrunner al frente. Hay vocación de continuidad para una serie que desde su primer episodio desbordó imaginación por los cuatro costados. Basada en una novela de Neil Gaiman, American Gods fue un proyecto que barajó en su día la HBO pero al que acabaron renunciando porque no daban con el tono en sus guiones. Trasladar a imágenes los conceptos de la imaginación de Gaiman no era tarea fácil y ése ha sido el principal problema del relevo creativo.

El argumento es todo un mezclote teológico. Los dioses clásicos ven cómo han perdido fieles en un mundo que ya no les recuerda y que se ha entregado al culto a nuevas deidades. Un misterioso hombre que se hace llamar el señor Miércoles (Ian McShane) recurre a un expresidiario llamado Sombra Moon (Ricky Whittle) para que le acompañe en su labor para reclutar a los viejos dioses en la guerra que se avecina contra sus sucesores. Deidades nórdicas, grecorromanas, egipcias, africanas, de La India y de los nativos americanos se enfrentan a nuevos enemigos. Si los griegos tenían dioses para la caza, el mar o la sabiduría, en la actualidad los nuevos dioses son la globalización, las nuevas tecnologías y los medios de comunicación. Atención a los títulos de crédito, donde diferentes deidades se nos van presentando en una especie de tótem y Buda es un señor gordito que va hasta arriba de ácido en la discoteca.

Al principio, la serie seguía muy fielmente el libro pero, a medida que avanzó la primera temporada, la trama fue más allá y expandió el universo literario. Así una novela que no era excesivamente larga se configura como una serie pensada para cinco temporadas. Esas pequeñas introducciones a modo de cuento al principio de cada episodio, contando cómo fue la llegada al continente americano de las viejas deidades, eran una maravilla y de lo mejorcito de la primera temporada. Para empezar, en lo primero que se nota la marcha de Fuller es que nos hemos quedado sin ellas en la segunda. La cadena Starz dejó las riendas de la serie a Jesse Alexander, colaborador habitual de Fuller. Pero con el apoyo del propio Gaiman, que ha escrito alguno de los episodios y que ejercerá de co-showrunner, aunque lo suyo es más lo literario que la producción.

Los tres nuevos episodios de la segunda temporada no están a la altura y la serie parece haber perdido algo de su magia inicial. Por ejemplo, en el libro se narra una escena en la que los personajes se suben a los caballos de un tío vivo para cabalgar a su destino, una montaña a la que llegan sin salirse en ningún momento del carrusel. Este mágico momento se ha rodado en esta segunda temporada, pero se queda en una escena demasiado onírica que quizá debería filmado gente de mayor peso. Los capítulos no están mal, pero da la sensación de que podrían ser mejores. Para el año que viene se ha contratado a un productor veterano, Charles H. Eglee, que ha pasado por títulos que van desde Luz de luna a The Walking Dead, con el que Neil Gaiman está encantado tras las sesiones de trabajo para perfilar por dónde irá la trama el próximo año. Como si lo de esta temporada hubiera sido un parcheo para salir del paso y tratar de recuperar cuanto antes los días de gloria. Justo como hacen los viejos dioses en la serie.

Gillian Anderson nos brindó algunos de los mejores momentos de la primera temporada como la diosa de los medios de comunicación y sus apariciones siempre brindaban alguna que otra sorpresa. Unas veces caracterizada como David Bowie, como Marilyn Monroe o como Lucille Ball. Pero se marchó y nos hemos quedado sin ella. Habrá que seguirle la pista en The Crown. La actriz asiática Kahyun Kim la toma el relevo como deidad de las redes sociales. Afortunadamente, Ian McShane sigue llenando la pantalla en su papel de ese señor Miércoles, manipulando todo desde la sombra para llevar la guerra a donde quiere. La actriz Emily Browning, a quien estamos acostumbrados a verla en papeles de lolita en películas de acción o de terror, logra en American Gods uno de sus mejores papeles, aportando algo más que ser la mujer del protagonista, en una serie donde la testoterona está por todas partes. Los viejos dioses son machos alfa y un poco brutotes.

Parece que Gaiman le va cogiendo el gusto a esto de la narración televisiva, ya que en breve (el 31 de mayo) Amazon estrena una nueva serie con el escritor como showrunner y con tintes teológicos y sobrenaturales, Good Omens. La ficción adapta otro de sus libros, que coescribió con otro habitual de la literatura fantástica, Terri Pratchett. Un ángel (Michael Sheen) y un demonio (David Tennant) trabajando codo con codo para evitar la llegada del Anticristo a la Tierra para evitar la guerra final entre la Tierra y el Infierno. Los viejos dioses se resisten a marcharse.