Lo sabía. Era cuestión de tiempo. Pero lo sabía. Sabía que el caballero, medio altivo y medio campechano Eduardo Zaplana, el siempre bronceado señor que parecía levitar a unos palmos sobre el suelo y sobre los demás, con su chulesca y al tiempo cálida sonrisita, sería un día apresado, detenido, cogido, placado como un roedor antes de darle un nuevo bocado al queso con el que siempre tuvo una relación tan natural como su capacidad para escurrirse de las tenazas que lo han ido persiguiendo desde que echó los dientes de leche en el mundo de la política.

Así es que cuando el martes lo vi en las teles detenido como se caza a un ave carroñera no me extrañó nada, pero nada de nada. Es lo que esperaba de él, tal vez, incluso, lo que él mismo esperaba. De hecho, los gerifaltes de su propio partido, un PP que parece no tener más sitio para nuevas podredumbres, parecían tener el mensaje preparado. Con él han caído muchos de sus segundones, factor sumado a los ya imputados, algunos condenados, enchironados, vigilados o expulsados de la teta pública por mera cuestión higiénica, de salud pública.

Eduardo Zaplana, el campeón de Julio Iglesias, de repente se ha desdibujado para los portavoces del PP que, rodeados por un jardín de micrófonos y cámaras hirvientes, casi no recordaban ni su nombre porque "hace mucho que no está en política y se le ha suspendido de militancia del partido". TVE no podía ser menos y, si el resto de cadenas mordía la noticia de la mañana, el servil Sergio Martín despachaba en ´Los desayunos´ la historia en apenas unos segundos. Y nada en ´La mañana´, que miró a otras minucias. Wyoming resumió en un grito la cosa en ´El Intermedio´? ¡¡¡Por fin!!!