En su show de 'La sexta noche' Ferrán Monegal, un maestro en esto de la crítica, de los comentarios sobre televisión, tiene maneras de presentador antiguo, trasnochado, dando paso a la sarta de vídeos que componen su actuación estelar de la noche. Es de los que aún señalan con el dedo al realizador para que pinche el vídeo número ocho sobre el que el atinado observador disertará. ¿Recuerdan al histriónico, colapsado, gritón, e hilarante Boris Izaguirre y sus "páralo, Paul", señalando al plasma con una varilla que terminaba en forma de mano? Su actuación, su show, se enmarcaba dentro de aquel chape chape de la madrugada llamado 'Crónicas marcianas', una forma de hacer televisión que abrió las puertas del infierno. Pues por ahí va lo que quiero decir. Quizá esto de mandar parar o poner vídeos sea lo de menos, como es la sección en sí.

Me resulta envarada. Un parón en el kilométrico programa. Incluso sin chispa, apagados y mortecinos algunos comentarios sobre estrategias informativas para tratar noticias. La otra noche llevó a su sección a Gabriel Rufián, ese chulesco joven político que logra lo contrario de lo que pretende -su estúpido ego consiguió convertirse en noticia cuando la comisión del Congreso trataba de investigar, con Álvarez Cascos de cuerpo presente, la financiación del PP llamando "palmera" a la diputada popular Beatriz Escudero, que a su vez lo llamó imbécil, de forma que los titulares fueron para el de Esquerra y ni uno para Cascos y el PP, magnífica jugada, chaval-. Los dos, Rufián y Monegal juntitos, con casi arrumacos de amor y admiración mutua, son ejemplo de una sección casi fallida que apenas tiene el brío de la ironía y la mala baba.