Es tan obvio que ni siquiera hace falta que lo diga un grande del periodismo como Iñaki Gabilondo. Pero se da con tanta algarabía que en la España de hoy hay que volver a lo obvio con una saña que no puede ni debe decaer.

Los políticos creen, dice Gabilondo - el 24 regresa a #0 con Cuando ya no esté. El mundo dentro de 25 años-, que con las elecciones les regalan una televisión pública.

Creencia tan disparatada es tan evidente y tan real y tan corpórea y tan dolorosa que mires a donde mires, no hay televisión pública que se salve de las garras del partido ganador de turno, que de forma automática, como si con los votos recibidos hubiera una cajita de regalo que dice que esta tele es suya, ahí hay un partido y un gobierno poniendo sus sucias manos sobre el canal.

Lo de TVE es una hoguera que se alimenta de manipulación, dependencia y falta de libertad. Casi toda la plantilla, y parte de una audiencia perpleja, está en guerra. Pero hete aquí que llega el nuevo presidente catalán, Quim Torra-¿familia de Kim Jong Un, King África, o King Kong?- y el mismo día de su toma de posesión, sin darle vueltas, sin pensarlo, o meditado al milímetro, ordena, y se queda tan pancho, que a la toma de posesión no podrá asistir ninguna tele, catalana o nacional, que no sea la suya, perdón, TV3, la pública. Y que si otras quieren la señal del acto, que se la pidan a sus empleados, perdón, a la dirección de TV3. Y así fue. Dentro de la sala no hubo más tele que la tele del partido gobernante. Leído así, sin entrecomillado ni pamplinas, parece que tenga que ser así, que lo obvio es que sea así. Pero no. Las teles públicas no son el cortijo de ningún partido, aunque crean que con los votos uno de los regalos es la tele.